Hubo tiempos en los que a los sindicatos se les acusaba -muchas veces no sin razón- de ser “correa de transmisión” de ciertos partidos políticos de los que habían surgido y con los que incluso mantenían militancia compartida o con los que tenían una indudable afinidad ideológica. Es evidente que ahora, en el caso de ELA, la central líder, es al contrario. Es el sindicato el que marca la pauta, el ritmo y la ortodoxia ideológica, de modo que quien se sale de lo que considera el bien se sitúa inmediatamente en el mal. Y ya sabemos lo que eso significa.

Cada vez que se plantea esto, el líder de ELA, Txiki Muñoz, responde que se les quiere estigmatizar y que tienen todo el derecho a entrar al debate político -lo que es rigurosamente cierto, digan lo que digan quienes se lo reprochan y le piden que monte un partido- y a condicionarlo. Pero se tiene que saber. Los militantes y los trabajadores que votan a ELA deben conocerlo y asumir que ese es su papel.

Por eso es subrayable que justo después de una reunión entre ELA y EH Bildu y un día antes del encuentro con el consejero Pedro Azpiazu para tratar sobre los Presupuestos vascos, la formación (política) abertzale propine un portazo a la negociación en forma de condición sine qua non: exigir la ruptura de los acuerdos con “partidos que aplican el 155”, esto es PP y PSE, con el que el PNV comparte gobierno en el Gobierno Vasco, diputaciones y ayuntamientos de las capitales.

Pero el problema no es de ELA, que juega el papel que quiere. Imaginemos la escena contraria. De hecho, casi al tiempo que Otegi se reunía con Txiki Muñoz, la líder de los socialistas vascos, Idoia Mendia, se sentaba con representantes de la patronal Cebek. Si tras ese encuentro Mendia hubiese dicho, por ejemplo, que se abría a modificar el Impuesto de Sociedades en el sentido que plantean los empresarios, aún se escucharían los exabruptos de Muñoz y de Otegi acusando al PSE de plegarse al poder económico neoliberal.

Es sabido el escaso aprecio que tiene Txiki Muñoz por los actuales líderes políticos vascos, españoles y europeos, en especial los de izquierda, ya que considera que no están a la altura de plantar cara a las políticas que él considera neoliberales. El vacío de poder en EH Bildu que el regreso de Otegi no ha llenado ni de lejos lo está ocupando Muñoz.

La radical condición impuesta por ELA-EH Bildu -que el PNV rompa con el PSE- para siquiera entrar a hablar de los Presupuestos es un veto político inaceptable para el PNV y se convierte en la excusa perfecta para venderla dentro de la izquierda abertzale pero se agota en sí misma. No tiene mayor recorrido, pero sí un efecto perverso. No solo por los Presupuestos, sino también para las relaciones políticas futuras entre los partidos. Un veto es un veto siempre, y hay que mantenerlo. Veremos.

Lo que sí hace EH Bildu con su autoexclusión es dejar al Gobierno Vasco en la práctica en manos del PP, que también -no iba a ser menos- ha impuesto su veto para negociar con la exigencia de rebaja del Impuesto de Sociedades. Así está la política en este país. Con este panorama, no sería de extrañar que el año que viene estemos con una prórroga presupuestaria. Que se lo expliquen a la ciudadanía los líderes de sus ortodoxas esencias.