Los acontecimientos derivados del conflicto catalán, y es fácil de comprender, están acaparando la atención pública hasta el punto de que, en la encuesta del CIS dada a conocer esta misma semana, Catalunya ha pasado a ocupar el segundo lugar entre las preocupaciones de la ciudadanía en el Estado español. La insistente presión mediática ha disparado la inquietud por la independencia de Catalunya, que ha pasado del 7,8% de septiembre al 29% en octubre situándose en la segunda preocupación tras el paro (66,2%) y por encima de la corrupción (28,3%).

Han coincidido estos acontecimientos -y continúan coincidiendo- con un tiempo político que en situaciones normales suele ser intenso y crispado por las consecuencias que de él se derivan. Es el tiempo de la presentación de Presupuestos a todos los niveles de la administración, desde los Generales del Estado a los particulares de los ayuntamientos. Suele ser tiempo de nervios entre las formaciones políticas, más aún cuando pasó la época de las mayorías absolutas y no cabe otro camino que el del acuerdo y la transacción.

En Nafarroa gobierna el pacto por el cambio, que sumando mayoría absoluta garantiza la aprobación de sus Presupuestos sin más dificultades que el acuerdo interno entre formaciones ya acostumbradas a resolver sus diferencias. No es así en la Comunidad Autónoma Vasca, gobernada por un pacto entre PNV y PSE que no suma -por un voto- la mayoría suficiente para asegurar la aprobación de sus Presupuestos. Esta situación, el gobernar en minoría, provoca episodios peculiares que derivan en enfrentamientos enconados y, al mismo tiempo, extrañas coincidencias entre adversarios irreconciliables.

El debate de los Presupuestos de la CAV tampoco se ha librado de los efectos del conflicto catalán, y ha situado al PNV, partido mayoritario y responsable del Gobierno, en el pim-pam-pum de la oposición a la hora de sacar adelante los Presupuestos. Paradójicamente, mientras la oposición por la izquierda niega cualquier apoyo a las Cuentas bajo la acusación de que las presenta un PNV coaligado con el PSE, responsable de la aplicación del artículo 155, por la derecha el PP acusa al PNV de tibieza, cuando no de complicidad con los que quieren romper España.

En este tiempo de confrontación que se repite cada fin de año, suele ser habitual la embestida de brocha gorda por parte de los partidos oponentes hacia los gobernantes que solicitan su apoyo o, al menos, su neutralidad a la hora de aprobar los Presupuestos. No suele haber lugar para los matices, ni se hila fino en los argumentos opositores, sino que más bien se echa mano de la artillería pesada apuntando a bulto, quizá apelando al agravio donde más duele y aprovechando la coyuntura para escarbar en las viejas heridas y dejar tocado al adversario para más adelante. Todo vale para desgastar al responsable de presentar los Presupuestos a su aprobación.

PNV y PSE no lo tienen nada fácil, dada su actual situación de mayoría minoritaria. Sin salir de los efectos del proceso catalán, a los socialistas, por su condición de supeditados al PSOE, les llueve el resentimiento de la oposición (EH Bildu y Elkarrekin Podemos) por el apoyo de Ferraz a Mariano Rajoy en el trato al que se ha sometido al independentismo y a sus dirigentes. Al PNV se le achaca el apoyo a los Presupuestos del PP de 2017 (“cómplice del partido más corrupto de Europa”, según el mantra habitual, y ahora sostén del partido que ha dinamitado la democracia en Catalunya, según la última hazaña), y se le excomulga por no haber asistido a la manifestación del 4 de octubre contra el 155 y contra el encarcelamiento del Govern.

Además de esas referencias al conflicto catalán, Podemos, HB Bildu y PP dicen oponerse a los Presupuestos por “poco sociales” sin demasiadas concreciones y suponiendo que entre tres formaciones tan dispares pudiera darse el mismo concepto de “lo social”. Entran a saco desde los dos extremos contra el Impuesto de Sociedades, según la izquierda porque se han quedado cortos y según el PP porque se han pasado. Analizando con más precisión la actitud de los tres opositores, evidentemente el PP tiene que jugar al despiste y oponerse con la boca pequeña por si estuviera en juego la aprobación de los Presupuestos de España. En el otro extremo, Elkarrekin-Podemos, por pura imagen, no puede acordar nada con el PNV en el viejo concepto de que izquierda y derecha son como agua y aceite. En cuanto a EH Bildu, que nunca pierde de vista su confrontación con los jeltzales por la hegemonía del abertzalismo, solo podría coincidir con el PNV si se tratase de una unidad de acción al modo del Pacto de Lizarra. Mientras tanto, toca ejercer oposición frontal. Y ello con más visceralidad aún si, como acusa más que veladamente el PNV, EH Bildu está presionada por ELA para evitar absolutamente el más mínimo acuerdo con el Gobierno Vasco.

Mientras tanto, la bronca, la peor cara de la política al uso. Es lo que toca.