Convendría empezar por ser algo más precisos sobre las palabras que Pedro Sánchez deslizó respecto a la disposición de Rajoy de reformar la Constitución española. No dijo que ha acordado reformarla, sino que está dispuesto a hacerlo después de que concluya en el Congreso sus trabajos la comisión creada al efecto. Es decir, de lo estrictamente anunciado al titular de que habrá reforma va un trecho.

Aun así, tomemos por bueno que esa reforma se haga efectiva. ¿Es una buena idea para solucionar el conflicto político que desde Catalunya pone en evidencia la actual estructura del Estado? Depende. No tengo todas conmigo que una reforma profundizara en el reconocimiento de naciones, y los derechos que ello conlleva, porque de momento nada hace pensar que el PP o el PSOE (el lío de la “nación de naciones” sigue en el aire) apunte en esa dirección. No digamos ya lo que pueda aportar Ciudadanos a ese debate. Sospecho que aún haría que pidiéramos a gritos que no toquen ni una coma del actual texto constitucional.

Porque el problema no es si caben o no en la Constitución fórmulas que permitieran un encaje distinto de las naciones, sino si existe de verdad una voluntad política en los grandes partidos españoles para hacer una lectura menos restrictiva del actual texto. Vamos, que para terminar en el mismo punto de descarte de algo parecido al reconocimiento del hecho nacional vasco y el catalán no hace falta ninguna comisión ni ninguna reforma constitucional. De hecho, explorar las posibilidades que otorga el actual marco con ánimo aperturista valdría: cabe otra interpretación del término “nacionalidad”, cabe una consulta con otra mirada al artículo 92, etc. Lo dicen juristas nada sospechosos de ser independentistas, desde Pérez Royo a Herrero de Miñón.

Avancemos un poco más y supongamos que sí, que finalmente se reforma la Constitución y que va en la línea de otorgar mayores poderes a las naciones, identidades compartidas, conciertos políticos al estilo del “económico” y recogiera otras demandas históricas de las naciones sin Estado. ¿Se resolvería el problema? Sí, en el caso de que ese cambio fuera fruto a su vez de una reflexión profunda de las tesis que actualmente mantienen la izquierda y la derecha española. De lo contrario, podríamos asistir a un nuevo fraude, a una nueva lectura acortada de lo aprobado, a Loapas, Decretos que invaden competencias y, llegado el caso, al recurso del 155 o similar. Así que, lo siento, admito que cualquier intento merece la pena, pero no hay motivo para el optimismo. Más que abrir el melón de la reforma, nos podemos encontrar ante el huero, el embrión no germinado, el vacío.