El procés, o la pescadilla que se muerde la cola. El pulso político que se ha colado imparable por los poros de la política europea se ha convertido en un duelo de frontón, en devolver la pelota al contrario. Ahora le toca pegar a Carles Puigdemont mientras le observa Mariano Rajoy y, sobre todo, una grada ansiosa que contiene el aliento como principal emoción porque nadie se atreve a pronosticar cómo acabará este partido, reducido de momento a un permanente diálogo de sordos. En la toma de temperatura de este duelo, las emociones fuertes se han dado apenas unos días de distensión hasta que vuelvan a aflorar la próxima semana, posiblemente para cruzarse sus cartas más determinantes. Una mínima descomprensión puntual que el unionismo ha aprovechado con la ayuda del Día de la Hispanidad para proyectarse compacto en la escena más allá del irrefrenable apetito justiciero de Ciudadanos, mientras el soberanismo sujeta desde la otra trinchera las evidentes tensiones partidarias y emocionales que viene provocando la vía del independentismo esloveno.

Es muy posible, pese a la lógica expectación creada, que Puigdemont no aclare a Rajoy sus dudas en la respuesta que lleva implícita el emplazamiento del Consejo de Ministros para el próximo lunes. Tampoco sería de extrañar porque hablan lenguajes diferentes. El president puede elegir la vía de la obviedad y decirle al presidente que oficialmente no ha anunciado ninguna declaración unilateral de independencia, que lo suyo se ha limitado a constatar el mandato que le trasladan dos millones de ciudadanos para que Catalunya se convierta en república pero que lo deja en suspenso. Y que si quiere Rajoy puede comprobarlo en el registro de actas del Parlament a donde ni siquiera ha llegado, y con toda intención, esa declaración firmada por los partidos que apoyan el Govern en favor de la desconexión. Si Puigdemont así lo hiciera y se limitara a recordar por enésima vez su llamamiento a la mediación internacional que tan escaso eco viene teniendo- habría liquidado de paso la siguiente exigencia de Madrid para que antes del día 19 de octubre deje sin efecto su DUI. Sin declaración, por tanto, no hay rectificación, vendría a concluir. Y, entonces, vuelta a empezar porque la pelota caería en el tejado del Gobierno español.

En Madrid, hay ganas contenidas del 155. Es el artículo que representa el símbolo de la revancha, del golpe seco al desafío catalanista, pero también que entraña fundados temores sobre el alcance de su onda expansiva. Para muchos encarna el auténtico castigo ejemplar de la Constitución al soberanismo. Así lo quiere, y sin dilaciones, ese influyente establishment donde coinciden editorialistas, empresarios y un nutrido sector de políticos que se niegan a apurar la vía del diálogo porque la entienden como una cesión. Es el mensaje martilleante de un reconocido lobby de terminales insaciables que acecha a Mariano Rajoy, posiblemente la persona más reacia a accionar este mecanismo legal porque se le escapan sus consecuencias imprevisibles. Quizá por esta cautela el presidente del Gobierno español no ha abierto la puerta al 155 recurriendo con habilidad para conseguirlo a una calculada declaración que admite interpretaciones opuestas pero que, desde luego, no añade más tensión. La respuesta ideal que quería oír la dirección del PSOE para refugiarse en la alternativa de Pedro Sánchez de la comisión de la reforma constitucional sin quemar las naves con decisiones que son constitucionales, sí, pero que dejan el campo asolado para mucho tiempo. La coincidencia táctica entre quienes fundamentaron el bipartidismo se ha reconducido. La crítica puntual socialista hacia Soraya Sáenz de Santamaría como responsable política de las cargas policiales del 1-O apenas duró un suspiro, lo justo para atender rápidamente la rectificación que les pidió la vieja guardia del partido.

En el parte de batalla, corre por el Congreso la sensación mayoritaria de que se ha ganado la pelea al independentismo -para algunos, todavía, sinónimo de golpe de estado- y de que afortunadamente nadie ha dado ese portazo tan temido por todos. Otra cosa bien distinta es que se haya resuelto una ecuación territorial que sigue preocupando a la Europa política y de los mercados por sus efectos miméticos. Incluso, ni siquiera hay quórum suficiente para adecuar ese escenario de diálogo que solo comparten como única solución efectiva los nacionalistas y Unidos Podemos. Quizá el partido se deba jugar en otro sitio.