barcelona - La pirueta del president de la Generalitat, Carles Puigdemont, de declarar la independencia de Catalunya para, a renglón seguido, suspenderla por unas semanas para abrir una puerta al diálogo y la mediación pilló con el pie cambiado a buena parte de los diputados presentes, a la prensa y también al propio Mariano Rajoy que tenía toda la munición cargada para frenar una eventual proclamación de independencia. Su maniobra fue el colofón a una jornada que desde sus inicios estuvo llena de contratiempos y momentos de sorpresa e histeria.
El pleno del Parlament comenzó con una hora de retraso sobre la ya tardía hora de las seis de la tarde. La demora tenía su razón y explicaba lo que a continuación iba a llegar. La CUP hizo un último intento para evitar que Puigdemont hiciera una declaración de independencia en diferido y la discusión a puerta cerrada en el despacho del grupo parlamentario de Junts pel Sí entre el president y los líderes cuperos se alargó hasta prácticamente las siete y cinco, hora en la que empezó a sonar el timbre de llamada a los diputados.
El desconcierto se adueñó del Parlament. Los pasillos y las salas del legislativo catalán eran un hervidero de gente y rumores, un ir y venir continuo de diputados y asesores como pollos sin cabeza en busca de las consignas de los responsables, un cúmulo de batiburrillos de periodistas en cada esquina del edificio buscando explicaciones.
En el exterior de la Cámara legislativa, una multitud -alrededor de 30.000 personas, según la Guardia Urbana- se contagió de esa incertidumbre inicial que auguraba un desenlace inesperado.
Tras este prolongado impasse, los diputados entraron en el hemiciclo para escuchar a Puigdemont. Los diez de la CUP se hicieron de rogar unos minutos y ello dio pie otra vez a todo tipo de especulaciones. Pero llegaron, aunque sus caras largas delataban que algo no se correspondía con el guion establecido.
El discurso del president duró alrededor de una hora y transitó desde el relato cronológico de los agravios a Catalunya que han llevado a la actual situación y la glorificación del proceso hacia el referéndum del 1 de octubre, hasta la declaración de independencia. Hasta ahí, todo previsible. Pero la historia de tan histórica jornada no había llegado a su fin. El final lo escribió Puigdemont al afirmar que metía en el congelador la independencia. En la calle, la multitud pasó de la euforia a la decepción. - A.A.