no entiendo por qué el Gobierno español está tan satisfecho con los supuestos apoyos internacionales que está recibiendo en su cruzada contra el proceso soberanista catalán. De hecho, el capital ganado a fuerza de poner en marcha la maquinaria diplomática de España para frenar posibles apoyos al Govern se desvanece por su negativa a abrir un diálogo y a aceptar una mediación.

No será por falta de propuestas, ni por la reiterada disposición al diálogo que están mostrando los miembros de la Generalitat. Uno diría, tras escuchar a Puigdemont en su alocución (no citó la independencia y mentó hasta seis veces las palabras “diálogo” y “mediación”) a Junqueras insistiendo en la misma idea y, sobre todo, tras leer al conseller Santiago Vila en un artículo del diario Ara proponiendo frenar la declaración independentista a cambio de una negociación, que es el independentismo quien busca una salida al laberinto. Negársela y al mismo tiempo emplear la ley como si fuera un mazo, sólo puede responder al deseo del Gobierno español de ganar humillando.

Si irresponsable ha sido Rajoy durante años en esta cuestión (recordemos que el PP fue el que interpuso el recurso al TC que segó el Estatut y encendió la actual hoguera), cuando ha decidido actuar va encadenando error tras error. Es cierto, no habrá república catalana esta semana, o no tendrá demasiados efectos prácticos. Pero siendo eso un hecho ¿qué necesidad hay de insistir en tratar al adversario político como un enemigo al que conviene exterminar?

Se lo dijo en inglés el vicepresidente de la Comisión Europea: “It’s time to talk”. Es hora de hablar. Se lo puso en bandeja a Rajoy, porque además proponía que ese diálogo se hiciera bajo el paraguas de la Constitución y el propio Govern ha mostrado su interés en que ese diálogo no tenga líneas rojas. No hablemos ya de los principales medios de comunicación internacionales que a la vez que subrayan la incertidumbre de un proceso independentista al que le faltan muchos mimbres, también destacan que el Gobierno español sólo emplee la fuerza y la amenaza. Lo del rey no lo ha entendido nadie más allá de los Pirineos.

Si no es mediante el diálogo, ¿cómo cree Rajoy que acabará con un problema de “extrema gravedad” según los adjetivos empleados por el Borbón? Porque todo lo que se está ofreciendo a la ciudadanía catalana va en sentido contrario al que aconsejan los manuales políticos de las sociedades civilizadas. Se argumenta que se hace para evitar una fractura, pero al mismo tiempo se profundiza en ella; se dice que no ha habido referéndum, pero se tienen en cuenta los resultados para decir que no llegan a la mitad del censo; se apela al respeto institucional, pero se prohíbe una reunión parlamentaria; se habla de colaboración, pero se acusa de sedición al jefe de los Mossos, etc.

Siempre hay tiempo para el diálogo, pero conviene no alejarse aún más de la mesa donde antes o después deberán sentarse los negociadores.