El 1-O deja sangre y pulveriza la democracia. El procés se adentra o le inducen hacia un camino de espinas cercano al abismo con el fundado riesgo, además, de arrastrar por la pendiente la estabilidad de un sistema político. Resulta aterrador que un referéndum se solvente desgraciadamente con un parte de guerra de decenas de heridos por indiscriminadas cargas policiales y avalado por un censo universal improvisado a media hora de comenzar las votaciones, con decenas de miles de personas dispuestas a mostrar su libre voluntad. Supone la patética escenografía del desencuentro muy peligroso y absurdamente obstinado entre dos orillas que aniquila cuando menos el diálogo y la razón mientras abre un boquete impredecible en la convivencia social y política. Bastaba con palpar el ambiente ciudadano en calles como las de Barcelona para detectar la incertidumbre que no la profunda inquietud sobre el futuro inmediato de Catalunya, sin necesidad siquiera de esperar a la caldera enfervorizada de la manifestación que culminó tan convulsa jornada. La duda resulta aterradora: y ahora qué. Resulta estremecedor que un prolongado silencio sea la única respuesta. Solo quedaba la incongruente decisión de jugar a puerta cerrada el partido del Barcelona en el Camp Nou para coronar un día de despropósitos para la sensatez. En un día histórico de verdad, ante semejante tensión, es muy posible que ayer nadie con sentido de la responsabilidad cumpliera con su papel. En realidad, la irresponsabilidad había empezado mucho antes y quizá fuera el auténtico causante de asestar esta puñalada mortal al entendimiento entre diferentes. Además, todo empezó demasiado pronto como si las estrategias quisieran procurarse cuanto antes la sorpresa. Los Mossos pasaron por el polvorín quizá más de puntillas de lo que pudiera imaginarse a un cuerpo más policial que profesa una encantada sumisión a una jefatura de marcado per?l político. Interior, a su vez, retrocedió a los peores años de las algarabías radicales con un desenfreno represivo que mató de un porrazo la imagen del Gobierno español y desequilibró el discurso democrático de Mariano Rajoy para demasiado tiempo. Y para entonces el Govern ya había alumbrado el nuevo modelo de participación electoral mediante la adaptación de las reglas de juego a su propia legalidad. Acababa de franquear el paso al voto sin límites, allá donde te encuentres, documentado o no y sin censo que cotejar. No es difícil imaginar cómo dos intrépidos reporteros de Madrid depositaran libremente su papeleta con un carné falso. Y entraron en el recuento, claro. Así las cosas, la realidad se ha emponzoñado demasiado. El soberanismo apuntala su relato ideológico con las escenas de una barbarie policial impropia de una democracia europea ante expresiones políticas. La unidad española se reconforta con el fracaso de un referéndum de nula credibilidad que rehabilita por encima de la nostalgia un nacionalismo patriótico que parecía reducido a los éxitos de la Roja. Por el medio, dos sensibilidades que se repelen pero que, sobre todo, se enquistan endemoniadamente para cortocircuitar todavía más un punto de encuentro de cara a revertir tan endiablada confrontación. En este contexto cualquier apelación a la serenidad puede entenderse como quijotesca. Pero es imprescindible como punto de partida. En el lado contrario asoma la aplicación del artículo 155 de la Constitución y la Declaración Unilateral de Independencia (DUI). Más gasolina para apagar el fuego. Desde el bloque constitucionalista se va a necesitar cierto tiempo para el PSOE pueda digerir el desgaste que les supone secundar la posición de un Gobierno incapaz de contener a su policía para retirar material propio de un referéndum aunque estuviera custodiado por padres, hijos y profesores. No parece políticamente imaginable que Miquel Iceta vaya a aplaudir la aplicación del artículo 155 dos días después de contemplar en todas las webs de medio mundo cómo una mujer curtida tenía la cabeza abierta por el culatazo de una pistola. Sin embargo, Rajoy no debería esperar ni un segundo en comparecer para embridar de una vez la situación porque debe sentirse directamente concernido más allá de repetir con razón que nunca debió alentarse desde la responsabilidad de un gobierno la cita con un referéndum suspendido. Quizá por el medio solo cabe esperar a posiciones de intermediación desde el respeto a las voluntades democráticas como la que mantiene el lehendakari Iñigo Urkullu por encima de bofetadas como las de ayer. Y es que comienza la cuenta atrás.