Todo el proceso hacia el referéndum del 1-O ha sido un continuo juego del gato y el ratón entre la Generalitat y el Gobierno español, escondiendo unos las cartas de la partida para no dar bazas a los otros. La apertura de los colegios electorales también siguió este mismo patrón y obligó a los responsables de los operativos para abrir las urnas a poner en práctica procedimientos que recordaban a la lucha clandestina y de resistencia antifranquista.
La Escola Josep Maria Jujol fue uno de los más de un millar de colegios electorales del 1-O. Situado en el emblemático barrio barcelonés de Gràcia, en esta escuela que recibe el nombre de un arquitecto y discípulo de Gaudí que se formó en sus aulas, miles de personas votaron durante diez horas a partir de las diez de la mañana. Los votantes formaron largas colas mientras esperaban para depositar su papeleta en este colegio electoral en una jornada que terminó sin incidente destacable alguno.
Pero en realidad la jornada arrancó mucho antes. Desde la noche anterior voluntarios y padres y madres de los alumnos de este centro de educación primaria hicieron vigilia en el interior guardando el colegio para que la policía no pudiera entrar y desbaratar así la votación. Los Mossos d’Esquadra tenían la orden del Tribunal Superior de Justicia de Catalunya de desalojarlos a todos a las seis de la madrugada, tres horas antes de la apertura del colegio. Medio centenar de personas pasaron la noche en el interior, mientras en el exterior se iba reuniendo cada vez más gente. A las cinco de la madrugada unas 300 personas se agolpaban frente al colegio dispuestas a formar un muro humano con el que oponer resistencia pacífica -esa era la consigna principal, pacífica- y tratar de evitar que la policía requisara las urnas. Gentes de toda edad (muchos ancianos) y condición, con una determinación absoluta, se mantuvieron durante horas esperando a que abrieran las urnas.
La gran interrogante era dónde estaban las urnas y cómo llegarían hasta el colegio electoral. Era el secreto mejor guardado y la pregunta que todos se hacían. Las trajeron durante la noche algunos ciudadanos anónimos en sus coches particulares, ocultas en bolsas de basura a veces, o en carretillas o en sus propias manos. En algunos casos, como en la propia Escola Josep María Jujol, se hicieron de rogar y no llegaron hasta muy poco antes de las nueve de la mañana. Nadie conocía los detalles sobre la procedencia de las urnas, ni siquiera los responsables de los centros electorales.
La policía no asomó por el lugar antes de las seis de la madrugada. Una pareja de mossos apareció media hora después y se dieron los primeros momentos de tensión entre la concurrencia. Los policías conversaron con los organizadores, levantaron acta de la situación, firmaron el documento y se marcharon entre aplausos agradecidos de la gente por su comportamiento. No obstante, la incertidumbre se mantenía y también las incógnitas sobre si podrían constituirse las siete mesas electorales (siete urnas) de este colegio. Cada una de ellas precisaba de un presidente de mesa, dos vocales y un interventor. A esas horas nadie sabía si se presentarían los designados por la Generalitat a los que notificó por carta. Las advertencias judiciales, con amenaza incluida de elevadas multas si lo hicieran, pesaban mucho y de hecho algunos no se presentaron. De inmediato, Raimon, la voz cantante de la organización fuera del colegio, pidió voluntarios para suplir a los ausentes. Su requerimiento fue contestado con muchas manos alzadas de personas dispuestas a asumir la responsabilidad y el riesgo a ser multadas.
La lluvia no quiso perderse el 1-O y arreciaba como suele hacerlo en Euskadi, pero no hizo mella en la determinación de la gente que para esa hora superaba con creces el millar de personas que atestaba las estrechas calles del barrio. Volvieron los Mossos, esta vez cuatro, y de nuevo subió varios grados la temperatura emocional. Tras comprobar que el gentío creció considerablemente respecto de la visita anterior, siguieron de largo. A falta de un cuarto de hora para la apertura del punto de votación, en el interior comienzan a constituirse las mesas electorales instruyendo a las personas que las componían. Una complicación resuelta, pero surge un problema aún más peliagudo. Cae el sistema informático, crucial para el control telemático del censo y el escrutinio. Esto obligó al registro manual del voto. En ese momento se da a conocer desde la Generalitat que la alternativa al bloqueo del Gobierno español era el censo universal, por lo que quien quisiera votar podría hacerlo en cualquier punto de votación, no necesariamente en el asignado.
llega forn Mientras la gente esperaba, entre la multitud llegó el conseller de Interior, Joaquim Forn. Fue recibido por los responsables del colegio electoral y fue el primero en votar hacia las diez y cuarto de la mañana. El voto del responsable político de los Mossos d’Esquadra dio paso al largo desfilar de votantes que se prolongó toda la jornada. Dentro del colegio las escenas de satisfacción, y en algún caso de júbilo, fueron la tónica. La mayoría de votantes se hacía un selfi o era fotografiado con el móvil por algún familiar para inmortalizar un momento histórico para el soberanismo. Las fotos y los problemas informáticos ralentizaron el voto y contribuyeron a aumentar las ya largas colas de espera en el exterior que solo menguaron mediada la tarde.
El cierre del colegio electoral también tuvo su ritual. Para entonces buena parte de los votos y papeletas emitidas ya habían sido trasladadas a otro lugar en previsión de que llegara la Guardia Civil y las incautara. A las ocho de la tarde solo quedaban las papeletas emitidas en la última hora. A esa hora las puertas se cerraron con candado para evitar una posible operación policial, con el apoyo otra vez de centenares de personas en el exterior dispuestas a formar un muro humano que, finalmente, no hizo falta porque la policía española decidió no aparecer por este colegio. Y los presentes marcharon a celebrar la votación a la plaza de Catalunya.