torpe, marrullero, sin escrúpulos, chapucero, pero no tonto. Mariano Rajoy ha machacado la autonomía de Cataluña a golpe de jueces, fiscales y guardias civiles, pero poniendo cara de ofendido, como si se hubiera visto obligado a entrar a saco, muy a su pesar, contra la voluntad mayoritaria de la sociedad catalana. Se lo ha trabajado bien, él, que se disfrazaba de Don Tancredo y hacía como que todo le resbalase.
A Mariano Rajoy le pilló la primera efervescencia del procès con mayoría absoluta, circunstancia que le permitió consolidar los diques de contención para frenar el propósito ya anunciado por los soberanistas catalanes de ejercer el derecho a decidir sobre su permanencia o no en la España Una. Su recurso al Constitucional contra aquel Estatut ya cepillado pero aceptado en referéndum era batalla ganada con el más alto tribunal convenientemente domesticado.
Tuvo bien en cuenta Rajoy que el problema de Cataluña, manipulado con trampa, podría ser plataforma para garantizar el poder a su partido. Conocedor de la ideología centralista de los políticos españoles y de los intereses cortesanos de buena parte de la prensa, logró que las justas reivindicaciones del soberanismo catalán fueran neutralizadas y demonizadas por unos medios de comunicación que, cuando Mariano Rajoy se vio en apuros, bien que se aplicaron en la campaña para impedir un cambio de Gobierno y consiguieron mantenerle.
Con el ambiente mediático volcado a su favor, con la cúpula judicial a su servicio, con el partido mayoritario de la oposición perdido en dudas, Rajoy se ha venido arriba y, poniendo cara de compungido, ha implantado de facto el estado de excepción en Cataluña. Ha intervenido el dinero de su administración sin sustento legal alguno, ha perseguido con saña los derechos de expresión e impresión, el derecho a la expresión política de la ciudadanía, ha enviado a la Guardia Civil a registrar dependencias de la Generalitat y a detener a altos cargos del Govern. Aplausos tertulianos.
Mariano Rajoy, el torpe, el inepto, el impávido, se sabe absolutamente blindado por parte de la oligarquía y sabe que sus medios de comunicación evitarán dejar en evidencia su falta de capacidad para gobernar el país. Astuto como pocos, no le importa desconocer la realidad nacional y social de Cataluña como desconoce la existencia del cambio climático. No le importa, porque se sabe apoyado por el búnker ideológico y el entramado de intereses que en caricatura se ubica en “el palco del Bernabeu”.
Rajoy no ha escuchado, ni le ha hecho falta, la cultura, la realidad y los debates catalanes durante esta década y ha preferido creerse sus propias falacias, su propia propaganda, escudándose en la ley como única y represiva solución. Más aún, ha visto en esta batalla la posibilidad de ganar la guerra. Y ha provocado elevar la crispación con sus cuatro millones de firmas contra el Estatut, su Tribunal Constitucional, su negativa a cualquier asomo de diálogo y a recibir protocolariamente a la presidenta del Parlament, Carme Forcadell, a la que ahora quiere embargar y encarcelar.
Mano dura, es lo que le piden sus políticos y hasta algunos de los que no son suyos. Mano dura, le pide la prensa adicta, que en su furor centralista oculta a sus lectores la postura prudente de Juncker, presidente de la Comisión Europea, que reconoce que, si ganase el sí a la independencia catalana, “respetaríamos esa decisión”. Mano dura, más jueces, más fiscales, más guardias civiles, todos a la cárcel y, si fuera preciso, el Ejército a desfilar por la Rambla, es lo que le pide el cuerpo a una opinión pública apabullada por medios de comunicación que más parecen armas de guerra.
No es tonto, no, Mariano Rajoy. Nadie habla ya de corrupción, nadie se acuerda de la Gürtel, ni de la Lezo, ni de la Púnica, ni de Bárcenas, ni de toda la ristra de mangantes que puebla el PP, ese partido del que él es presidente. El desafío catalán ha cambiado la dirección de los focos, por fin, y han dejado de apuntar al partido más corrupto de Europa.
No es tonto, no, Mariano Rajoy, que sabe de sobra que, si en este momento convocase elecciones, se ganaría el voto de los millones de patrioteros que ven en él la garantía de que España no se rompe. Aunque Cataluña esté más lejos de España que nunca, pero eso no cuenta, no son más que separatistas catalanes, unos perdedores fuera de la ley.
No es tonto, no, Mariano Rajoy, que con su intransigencia y su exhibición de fuerza ha noqueado al único partido que podría hacerle sombra, un PSOE dividido que siente escalofríos cada vez que la trompetería mediática pone en duda su españolidad cañí.
Claro que, si se le sigue yendo la mano en Cataluña, tampoco hay que descartar que Mariano Rajoy pueda caer al mismo tiempo que se carga el referéndum catalán. ¿Estará dispuesto a correr el riesgo?