Con Catalunya al pilpil tras los graves acontecimientos de los úlimos días -detenciones, incautaciones de peligrosísimos arsenales democráticos, amenazas y acusaciones penales, miles de personas en las calles pidiendo votar...-, cabía la posibilidad de que el pleno de ayer que abría el curso en el Parlamento Vasco fuera, digamos, caliente. No lo fue. Y eso que, obviamente, el tema catalán estuvo encima de la mesa (o de la tribuna) en prácticamente todas las intervenciones.
No solo es que Euskadi no es Catalunya, sino que las prioridades, situaciones, marcos, personas, experiencias históricas y modelos son muy diferentes. Tampoco significa eso que ambas realidades sean ajenas. Iñigo Urkullu abrió el debate, precisamente, con una inevitable referencia explícita al procés para demandar que se saque el conflicto catalán de las calles para situarlo en el marco del diálogo político.
Es proverbial la prudencia del lehendakari y también su determinación de no salirse del cauce que se ha trazado. Ayer volvió a demostrarlo. A nadie pudo sorprender su posición y su propuesta salvo, quizá, la formulación novedosa -pero con una posibilidad de enjundia que a nadie debería escapársele- de un Estado confederal donde quepan la nación vasca -entre otras- y su singularidad e identidad propias en pie de igualdad, respeto y garantías recíprocas. No, no es nuevo el planteamiento. No podía esperarse, ni de Urkullu ni del momento. Pero la oposición, aferrada a su guion previo, ni supo ni pudo replicarle.
La actual situación en Catalunya está, por desgracia, en los parámetros que los extremos de cada lado querían. De la parte independentista, la CUP está disfrutando con el sueño de una revolución ciudadana heróicamente enfrentada al poder del Estado totalitario. Desde la derecha política y mediática -algún día debería analizarse el papel catalizador y de agobiante presión de cierta prensa y sus intelectuales-, se está situando en el “restablecimiento del orden constitucional” y la desactivación del “golpe de Estado”, como denominan a una consulta ciudadana. En Euskadi, la izquierda abertzale anhela imitar el modelo y el PP, continuar con su proceso recentralizador -memorable Alfonso Alonso hablando del Estado confederal como “el suicidio de España”-, mientras Podemos sigue mirando al cielo y agita las manos sin saber aún si quiere volar o espantar fantasmas.
De ahí la incomodidad de la oposición en el debate, situado por Urkullu en la vía vasca y en parámetros diametralmente opuestos a la confrontación. La propuesta de nuevo estatus aborda el desafío de buscar una puerta al callejón sin aparente salida. La hay. Con voluntad y diálogo. Y al fondo, la consulta a la ciudadanía vasca, legal y pactada. “Votarem”, claman estos días en Catalunya. No es fácil saber si lo harán como quieren y cuándo. Urkullu está empeñado en que los vascos lo hagamos.