En el Congreso se ha engendrado un polvorín político. El con?icto del referéndum catalán ha sembrado de minas los escaños quizá para demasiado tiempo. Hay un ambiente de creciente hostilidad que aviva la tensión hasta límites que, no obstante, la profunda descon?anza desatada entre ambas trincheras superará desgraciadamente en el camino hasta el 1-O. Quizá hasta el convulso y desgraciado día de ayer para la democracia el Parlamento no tomó conciencia real de la magnitud de la tragedia que asoma.

Cuando desde primeras horas se agolpaban en las redes las reacciones callejeras contra las signi?cativas y contundentes detenciones de la Guardia Civil en el corazón de la estrategia independentista, el Parlamento entendió desde distintas ópticas que efectivamente tomaba cuerpo el asunto de Estado más trascendental después de a?anzar la democracia el 23-F. Una toma de conciencia real desde la honda preocupación que se superponía minuto a minuto a los enfrentamientos dialécticos que se sucedían por la enésima rebeldía de ERC, sobre todo, y del PDeCAT al irse del pleno de control al Gobierno en un ejemplo meridiano de desconexión, siquiera simbólica.

Ya nadie con dos dedos de frente por encima de ideologías niega que se ha ido demasiado lejos en la cuestión catalana. Sobre todo porque ninguno de los dos bandos pensaba que el desenlace del procés adquiriría semejantes cotas esquizofrénicas. La fatídica conjunción entre la emoción reivindicativa y la razón de la fuerza ha dinamitado la sensatez. En este contexto de animadversión, de un incipiente brote peligroso de odio mutuo se ha llegado al borde del precipicio. Se asiste a un clima irrespirable de repercusiones irreparables porque nadie quiere recuperar apenas unas gotas de razón. Peor aún. Es imposible escuchar ahora mismo una apuesta compartida para encarrilar civilizadamente esta locura colectiva que puede acabar inoculando el mal de la convivencia. Le ocurrió a Aitor Esteban ante el presidente español, Mariano Rajoy.

La obligada llamada al diálogo sin dilaciones ni apriorismos solo tiene como respuesta machacona el restablecimiento del orden constitucional sin que se quiera reparar en el efecto pernicioso del tiempo perdido hasta llegar a esta histeria. Y así es imposible atisbar otro desenlace que un lacerante combate entre la desaforada indignación del mundo soberanista y los golpes policiales y judiciales a la intendencia del referendum, eso sí en medio de un creciente interés de la prensa internacional.

Nadie quiere apostar por abrir una espita a la esperanza mientras se aferra a su razón que no es otra que el fracaso del entendimiento, o al menos de haberlo procurado. Y por el medio el riesgo de que se acabe provocando la zozobra en el escenario político. Como siempre en medio de las aguas revueltas vuelven a asomar las elecciones anticipadas si el Gobierno no saca sus Presupuestos y Rajoy entiende que su ?rmeza con los soberanistas siempre tendrá el reconocimiento de una mayoría de votantes españoles que empieza a cansarse de estos pulsos tan desestabilizadores para los unionistas y los jacobinos.