Aralar, el partido que, entre otros, fundó Patxi Zabaleta en 2001, va a cerrar la persiana en su congreso de diciembre. A decir verdad, era una disolución previsible desde que en 2012 se decidiera en asamblea entablar relaciones con la entonces conocida como izquierda abertzale, EA, Alternatiba y Abertzaleen Batasuna para quedar integrado en lo que terminaría denominándose Bildu o Euskal Herria Bildu. Aquella decisión, y sus precedentes contactos entre la dirección de Aralar y los promotores de Sortu, con ETA ya fuera de la escena, sumieron al partido en una penosa controversia interna que duró dos años. Entre 2011 y 2012 Aralar vivió un continuo goteo de dimisiones, expulsiones y escisiones que alejaron del partido a dirigentes que en su momento fueron indispensables para su consolidación y dieron la cara en primera línea de las instituciones de Nafarroa y de la CAV. Jon Abril, Aintzane Ezenarro, Txentxo Jiménez, Mikel Basabe, Oxel Erostarbe y otras caras bien conocidas que fueron protagonistas de los mejores momentos de Aralar, fueron apartados de la escena o se desligaron de ella.
Diez años, más o menos, duró el aire fresco que hizo soñar en una izquierda abertzale que decidía apostar por la acción exclusivamente política y por la participación institucional en defensa de sus principios abertzales, progresistas, abiertamente contrarios a la estrategia violenta de ETA. Diez años desde que, por fin, el abogado lei-tzarra Patxi Zabaleta diera el paso tantas veces amagado de abandonar la izquierda abertzale oficial. Zabaleta dejaba por fin de ser el verso suelto, el inspirador de una corriente interna que nunca fraguó, el empecinado en ponencias siempre derrotadas, el enfant terrible de un movimiento monolítico en el que cada vez se percibían más disidencias silenciosas. Había que dar el paso, ese paso que nunca llegaba, y es momento de recordar que fue decisivo el impulso, casi el empujón, de Iñaki Aldekoa para que Patxi Zabaleta rompiera amarras y abriera la puerta a la multitud de militantes o simpatizantes de la izquierda abertzale ansiosos de quitarse de encima el peso insoportable de apoyar una lucha armada cada vez más enloquecida.
La irrupción de Aralar en la escena política vasca supuso una bocanada de libertad en la hermética uniformidad de la Batasuna de toda la vida, fuera cual fuera la denominación que adoptase. Al nuevo partido se acercaron ecologistas, simpatizantes de Elkarri, euskaldunes y gentes vasquistas de izquierda, especialmente en Nafarroa donde la vinculación con la violencia de ETA dejaba en tierra de nadie a todos esos sectores sociales.
Aralar contó, hay que reconocerlo, con un importante apoyo mediático cuando caían chuzos de punta contra la izquierda abertzale oficial, y su rápido progreso estimuló los peores impulsos en ese sector de la sociedad. Patxi Zabaleta y sus compañeros fueron denostados con la ferocidad habitual entre los más exaltados. Se les acusó de traidores, de liquidacionistas, de cómplices de la represión, llegando esta andanada hasta el comunicado de ETA, donde se le acusó de “socializar la falsa división entre la izquierda abertzale democrática y la izquierda abertzale violenta” y le acusaba de haber dado la espalda a los que estaban “dándolo todo” por Euskal Herria y de dar paso al “despiadado ataque de sus enemigos”.
En 2004 Aralar fue impulsor, con Eusko Alkartasuna, PNV, Batzarre e Independientes de la coalición Nafarroa Bai que arrancó con un éxito electoral inesperado. Dos gallos en un corral, Aralar y EA, suponían un equilibrio inestable que acabó marginando al PNV y a los independientes y condujo a Aralar a morir de éxito en solitario mientras Eusko Alkartasuna se arrimaba a la izquierda abertzale, la nueva casa del padre a la que a la larga tuvo que acogerse el partido de Zabaleta.
La renuncia definitiva de ETA a la lucha armada, la fundación de Sortu y con ella el fin de la ilegalización de la izquierda abertzale histórica fueron la base de Bildu, coalición a la que Eusko Alkartasuna y Alternatiba se apresuraron a arrimarse, dejando solo en su crisis interna a Aralar. El sorprendente éxito de la coalición abertzale, especialmente en Gipuzkoa, llevó como consecuencia el declive imparable de la formación liderada por Zabaleta. Superado el ciclo violento, según discurso de la nueva izquierda abertzale, poco sitio quedaba para un partido como Aralar que, no cabía otra opción, acabó por sumarse a la coalición en una decisión que para muchos militantes era un suicidio. Diluido en EH Bildu, coalición hegemonizada por Sortu, de Aralar poco más quedó que algunos cargos públicos. Situación de absoluta inferioridad, por cierto, en la que EA sobrevive como puede y Alternatiba simplemente es figurante.
Aralar tuvo el mérito de abrir el camino a Sortu, pero quedó en tierra de nadie.