como el temporizador de una bomba, en este caso política, el tiempo avanza inexorablemente hacia el 1 de octubre y como quien se sitúa al borde de un puente para cumplir con la promesa de que se tiraría de él, amarrado con cuerdas eso sí, ya no parece quedar margen para dar marcha atrás.

Por más que en un desesperado intento, no está claro si de obtener una mayor legitimidad o de volver a colocar toda la responsabilidad en el gobierno central tras el show del Parlament, Puigdemont y Colau le han enviado una carta a Rajoy para pedirle pactar un referéndum, no da la sensación de que en los próximos quince días la cosa vaya a cambiar demasiado.

Decía Juanjo Álvarez en la entrevista que le hizo Eider Hurtado en el programa Gabon de Onda Vasca, que desde el punto de vista jurídico estábamos ante una situación inédita, y por lo tanto no era fácil de predecir qué podía ocurrir.

Poco, o más bien nada que añadir por lo tanto en relación al aspecto jurídico, porque por más que se empeñen unos y otros, desde el momento en el que no existe un acuerdo entre administraciones el asunto deja de ser jurídico para pasar a ser exclusivamente político.

Así pues, nos encontramos en la víspera de un referéndum, movilización lo llama Ada Colau, en el que, sin duda, lo que decantará la balanza hacia uno u otro lado será la participación.

Una vez asumido que ni el Gobierno central ni el Gobierno catalán tienen previsto dar un paso atrás, es la hora de fiarlo todo a la voluntad de los y las ciudadanas y como decía Junqueras en el primer acto de campaña a favor del “sí”, movilizar también a los del “no”.

Si a pesar de las dificultades, obstáculos, cortapisas y trampas del Gobierno central para que la gente pueda votar, los catalanes deciden acudir a las urnas de manera masiva ya sea para votar que sí como que no, el resultado, sea este el que sea, será significativo y tendrá consecuencias prácticas.

Si por el contrario, el 1 de octubre por la noche, las declaraciones de los impulsores del referéndum se centran más en las dificultades que ha tenido la ciudadanía para depositar su voto en una urna que en el resultado propiamente dicho, entonces, la estrategia de Rajoy habrá dado resultado. Y el único recurso que le quedará a Puigdemont será el de adelantar las elecciones autonómicas para comprobar si, efectivamente, la baja participación era consecuencia de la dificultad para votar, o de lo contrario, quien no participó en el referéndum pretendía mandar un mensaje inequívoco no independentista.

Todo lo demás, las garantías del referéndum, el enfrentamiento entre legalidades, la unión europea, la deuda catalana o el PIB español, serán cuestiones que alimentarán tertulias, pero que no influirán en la futura conformación del Estado español y/o catalán.

Porque no nos engañemos, si realmente existe una gran mayoría del pueblo catalán que desea ser independiente, una vez iniciado el proceso y con un gobierno dispuesto a liderarlo, es imposible que todo quede en nada.

De la misma manera que si la “mayoría silenciosa” a la que siempre apela el PP, realmente lo es, tras un tiempo de zozobra, las cosas quedarán más o menos igual.