repetida como un mantra, la expresión “el desafío soberanista catalán” se ha generalizado en los medios de comunicación españoles definiendo al procès con un sentido despectivo, belicoso, como dando por hecho que se trata una provocación. A medida que se va acercando la fecha establecida por el Govern de Catalunya para la celebración del referéndum, el posicionamiento mediático viene siendo más agresivo, más descaradamente sectario, por supuesto en contra de que los catalanes puedan manifestar en las urnas su voluntad de decidir libremente su futuro. Y de esta actitud beligerante no se libran medios que tradicionalmente venían siendo considerados independientes y progresistas.

Para hacer frente común contra ese supuesto “desafío soberanista” se han prodigado durante estos meses -y, reìtero, cada vez con más agresividad- editorialistas, tertulianos y analistas con o sin pedigrí, para quienes la mera posibilidad de que “se rompa España” les pone de los nervios y les suelta la lengua en improperios, amenazas apocalípticas y discursos prepotentes.

Evidentemente, esta hostilidad mediática española no es sino reflejo del comportamiento de los gobernantes y de los dirigentes de los grandes partidos centralistas, que se juramentaron contra la supuesta amenaza de secesión. Nadie parece tener en cuenta que el “desafío soberanista catalán” es consecuencia de años de agravios, de un clamoroso menosprecio de la voluntad de la sociedad catalana expresada en la más respetuosa legalidad, de un humillante cepillado del Estatut aprobado en el Parlament, de una campaña delirante contra los productos catalanes, de una fullera intromisión del Tribunal Constitucional por impulso político, de un repertorio de afrentas que, paradoja, multiplicó exponencialmente el sentimiento independentista.

Se les llena la boca excomulgando al “desafío soberanista” a ellos, a los supuestos desafiados, mientras desde Madrid se examinan con lupa las cuentas de la Generalitat por si gastan un euro en urnas, mientras se obliga a desfilar ante los tribunales a cargos públicos, mientras se sacuden inhabilitaciones a diestro y siniestro, mientras se agitan amenazas de suspensión de la autonomía, mientras se agazapan la intimidación y la prepotencia. Se van a enterar, los separatistas catalanes. Se van a enterar de quién manda aquí. No va a haber referéndum, por éstas, desafía el bravucón dueño de los tanques tras los que se agazapan soberbios los valentones de la opinión publicada. Como el Cardenal Cisneros, “Estos son mis poderes”: las leyes, los tribunales y la fuerza.

Como ya se ha dicho, a medida que se aproxima la fecha del 1 de octubre con la Diada por medio, la respuesta al “desafío soberanista” va siendo más tramposa, más zafia. La derecha española se ha licenciado con nota en la utilización del terrorismo para sacar provecho político, y la masacre del pasado 17 de agosto en Barcelona y Cambrils era una oportunidad que no podía ser desperdiciada. Merece una reflexión cómo se ha pasado de un primer momento de aplauso a la eficacia y coraje de los Mossos d’Esquadra, a situarlos en el ojo del huracán de la ineptitud y la inoperancia, cuando no de la corresponsabilidad en la tragedia. La felicitación entusiasta de la Generalitat a los Mossos y los aplausos que les dedicó la multitud a su paso en la cabeza de la manifestación fue interpretada por el frente centralista como una especie de provocación que formaría parte del “desafío catalán”, como una afirmación del soberanismo policial de Catalunya. Y eso había que pararlo.

No se habían disipado aún los ecos de la manifestación, con sus esteladas y su pitada a los gobernantes españoles, y ya cayeron en las redacciones de algunos medios de información las primeras filtraciones sobre la incompetencia de la Generalitat en materia antiterrorista. No importaba su veracidad, no importaba su entidad, el caso era desafiar el prestigio ascendente del enemigo, en este caso el Govern, su Policía y las instituciones catalanas. Culpable la alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, por no colocar bolardos en todas las calles peatonales. Culpables los artificieros de los Mossos por impedir la entrada de los tedax de la Guardia Civil en la explosión del chalet de Alcanar. Culpables los responsables de los Mossos por no haber atendido la advertencia de la Policía belga sobre el imán de Ripoll, o la penúltima bufonada, el fraudulento aviso remitido supuestamente por la CIA del que un periódico hizo gloriosa aunque efímera exclusiva. Culpables, culpables, culpables los gobernantes catalanes de incompetencia, de sedición, de pretender romper España.

No importa que todas estos supuestos indicios sean insustanciales, falsos incluso. No importa que la opinión pública olvide que los culpables fueron los terroristas, mientras la culpabilidad se derive hacia los que se empeñan en celebrar un referéndum el 1 de octubre.

Todo vale para triunfar en este desafío.