Instituciones, entidades memorialistas, familiares de las víctimas y vecinos de Donamaria-Gaztelu pasaron ayer una importante página de la dura historia de la familia Sagardia-Goñi y la sima de Legarrea, aunque posiblemente no será la última ya que en el seno de la familia de los siete asesinados en agosto del 36 confían en que ahora que “se ha roto el silencio y hemos llegado al fondo de la sima, también lleguemos al de toda la verdad”, según señaló Sandra Zozaia, nieta de Petra Goñi, hermana de la asesinada Juana Josefa. Otro de los allegados de las víctimas, Iñigo Seco, celebró que “hemos podido enterrar decentemente a siete de los nuestros que fueron asesinados”.
El doble acto (un homenaje en la sima con un monolito y la entrega y sepultura de los siete cuerpos y de los restos del hermano mayor superviviente) contó con una amplia presencia de representantes del Gobierno de Nafarroa (las consejeras de Relaciones Ciudadanas y de Administración Local, Ana Ollo y Ana Isabel Elizalde), de asociaciones memorialistas, entidades sociales y del propio pueblo de Donamaría-Gaztelu encabezado por su alcaldesa Maite Urroz, quien puso el acento en el esfuerzo común por cerrar una herida y trabajar por la reconciliación para que estos crímenes nunca se repitan. “Teníamos que superar este capítulo negro de nuestra historia y reparar una herida uniendo a pueblo y familia”, expresó la regidora.
Todas las intervenciones coincidieron en este tono emotivo en una especie de catarsis colectiva en el que vecinos y familia se quitaron de encima el peso de más de 81 años de pesadilla. Los primeros -aunque apenas quedan supervivientes- al ofrecer de modo sincero a las víctimas el lugar digno que su historia se merecía y romper la imagen oscura asociada al enclave; y los, segundos, descendientes de los Sagardia-Goñi, al ver cómo por fin los restos de sus antepasados “pudieron ser enterrados decentemente” y recibir un reconocimiento social y oficial. Tanto la portavoz de la familia, Sandra Zozaia, como la consejera Ana Ollo, desgranaron una lista de agradecimientos que fue desde al Ayuntamiento, las asociaciones memorialistas, editoriales, historiadores, prensa, espeleólogos (Satorrak), Aranzadi... por su aportación a la recuperación no sólo de los restos de los asesinados sino de la verdad sobre este crimen que, no obstante, según el llamamiento de Zozaia, aún no es total por lo que pidió la colaboración de todo aquel que pueda aportar algo sobre las causas de lo que sucedió. De cualquier manera, la portavoz de la familia destacó que “como familiares de desaparecidos nuestra gratitud es inmensa: por fin podemos cerrar el duelo”. De esta manera, entre el pasado y el futuro, ayer fue una jornada para un abrazo simbólico y real entre las diferentes piezas de un puzzle que cerró al menos su parte de duelo.
En el verano de 1936, primer año de la Guerra Civil, mientras el cabeza de familia se encontraba en el frente, su mujer embarazada y sus seis hijos menores fueron expulsados del pueblo. Casi 80 años después, sus cuerpos aparecieron en la sima de Legarrea confirmándose todos los rumores e investigaciones realizadas a lo largo de años. Las víctimas de uno de los capítulos más negros de la contienda en Nafarroa fueron Juana Josefa, de 38 años; Asunción, de año y medio; José, de 3 años; Martina, de 6 años; Pedro Julián, de 9 años; Antonio, de 12 años; y Joaquín, de 16 años.