La verdad es un bien escaso en política. Posiblemente porque la mentira que los memes trumpistas llaman postverdad resulta muchas veces más rentable, incluso bajo el implacable detector de las redes sociales. Más aún existen quienes recrean su propia realidad hasta convertirla en axioma. Mariano Rajoy es un maestro en esta esgrima dialéctica. El presidente del Gobierno español ha acuñado tan pulidamente con destreza un discurso eximente y vacuo sobre la palmaria corrupción del PP que se siente indemne cuando jueces y diputados le amonestan con el dedo acusador cuando menos de las sospechas fehacientes. Semejante sensación de impunidad le aporta el resorte su?ciente para que pueda zaherír con insidia a los rivales que le acosan y que cada día son más. Así lo hizo inopinadamente con Margarita Robles al remover entre la sorpresa generalizada la angustia de la cal viva del caso Lasa y Zabala mientras el socialismo felipista y el cuartel de Intxaurrondo recuperaban su sofoco.
Ante semejante desenlace no es difícil convenir con razón que el líder de los populares acabó sin rasguños el estéril pleno convocado por la voracidad de una oposición que sigue sin rentabilizar un tema tan manido y de tan honda repercusión para los valores de una democracia. Rajoy sabe el descrédito que carga sobre sus espaldas la alargada, por interminable, sombra de la corrupción del PP. Pero no da un paso atrás porque cree que le asiste la razón de su discurso exonerante y que en su día ya pagó por los pecados cometidos. Vive en su propia burbuja, alentado por sus incondicionales como le ocurre a Carles Puigdemont. En su desaforada carrera hacia la viabilidad del 1-O, al president no le importa que expertos juristas con voz propia alerten de que Catalunya se asoma peligrosamente a un Estado autoritario tejiendo leyes que bordean la esencia democrática en su contenido y en su desprecio a los valores parlamentarios. Que nadie venga a cuestionarle su verdad mesiánica a menos de un mes de la fecha tautológica del referéndum.
Encerrado en su idealismo como hace Rajoy en su abominable quietismo y así bloquear entre uno y otro el mínimo resquicio de diálogo imprescindible, el manual de Puigdemont con el procès suscita un sonrojante descrédito más allá del batallón independentista catalán. La reciente y baldía visita a Dinamarca esceni?ca el último capítulo de esta derivada. Fue allí, además, donde se enteró de que la CIA había advertido a los Mossos con meses de antelación de que el yihadismo tenía a Barcelona entre su ira y el suicidio como así se cumplió.
Como es habitual en política, nada más rápido que negar incluso por tres veces la información comprometida y profesional de un periódico para asumir la cruda verdad horas después. Así lo ha hecho esta semana la Generalitat, posiblemente acorralada en su área de Interior por una calculada sucesión de revelaciones relacionadas con su inteligencia policial, que sale bastante deteriorada en la credibilidad de su función preventiva. Como si estas de?ciencias parecieran ideadas para cuestionar con una descarada intencionalidad política el brillante servicio prestado por los agentes catalanes tras el doble atropello mortal. Sin duda, el golpe del terrorismo islamista ha convulsionado la capacidad de respuesta entre quienes habían reducido la razón de su existir a la búsqueda silenciosa de atajos para sorprender al enemigo de Madrid en el decidido intento de despejar el camino que les lleve a la de?nitiva expresión de independencia. Oriol Junqueras, en cambio, tiene tiempo para seguir moviendo el guiñol con contrastada solvencia en estos tiempos de zozobra.
A semejante capacidad política debe asociarse el encuentro en clave de futuro que ha mantenido con el secretario general de Podemos, Pablo Iglesias, en presencia de un an?trión nada involuntario como es el empresario de comunicación Jaume Roures, siempre interesado en el negocio de los medios bajo mandatos de gobiernos de izquierda como le ocurrió durante la etapa del presidente José Luis Rodríguez Zapatero.
Puigdemont ve segar la hierba bajo sus pies con movimientos de semejante envergadura de su vicepresidente y próximo sucesor mientras el resto del PDeCAT sangra por la herida de un futuro que se les antoja desolador tras la pronosticada ruptura de JxSí. Junqueras juega con las dos manos. Sabe que Podemos le puede garantizar una presencia de 3 millones de votantes en un hipotético referéndum, además de trenzar una alianza de futuro. Ya cuando gobiernen, tampoco habrá tanta prisa para constituir la República de Catalunya. Soraya lo sabe.