Mientras el desgarro emocional se ha apoderado de la ciudadanía por la barbarie del Estado Islámico (EI) en suelo catalán la efímera unidad política urgida por las condolencias ha vuelto a su estado natural de las trincheras para agitar, de saque, el arranque de la inminente agenda institucional. Mientras en el ámbito más íntimo el debate de la calle supera la polémica por la colocación de bolardos y se instala sobremanera en la indefensión ante el fanatismo interminable y la integración social de los emigrantes, la izquierda entiende que es urgente conocer qué sabe Mariano Rajoy sobre la ?nanciación irregular del PP y no dijo hace menos de un mes en su comparecencia ante el juez. Mientras se acciona burdamente desde Madrid la guerra sorda entre cuerpos policiales y quedan al desnudo las de?ciencias en la inteligencia preventiva y la patética desconexión entre sus responsables, el Congreso abrirá sus puertas para conocer porqué unos militares conmemoraron la fecha del golpe de estado franquista de 1936. Mientras la Generalitat intenta hilvanar a duras penas las costuras del procés para rea?rmarse en su apuesta soberanista, ninguno de los cinco ministros instados a dar explicaciones la próxima semana hablarán a un mes escaso del 1-O sobre el desafío territorial jamás conocido en el Estado español durante la actual democracia. La cuidada presencia de Felipe VI y Rajoy en Barcelona no ha alimentado en los últimos diez días el discurso independentista. La onda expansiva de la tragedia ha sido de tal magnitud que se ha llevado por delante la visceralidad política. Sirva la CUP como excepción en la respuesta contestataria a la calculada exposición de los representantes del Estado español. La fuerza política más pequeña capaz de doblegar las voluntades mayoritarias se ha hecho otro hueco propio en el escenario. Sin arriesgarse en los sucesivos envites, el socio radical que sustenta al actual Govern se ha llevado por delante a un rey de la cabecera de la manifestación de este sábado, como ya lo hizo con un presidente, consejeros y varios cargos de la Generalitat. Nadie en Junts Pel Sí se atreven a desairarlos, temerosos de que le ridiculicen antes de llegar a la orilla, mientras el nacionalismo catalán aprieta los puños ante el permanente sometimiento. En paralelo, resulta hasta comprensible que esta continuada exhibición de fuerza desate tentaciones inmediatas de mimetismo. Las recientes estrategias de las juventudes de Ernai con su desenfocada campaña del turismofobia con?gura un ejemplo recurrente. La diferencia, sin embargo, tiene mucho más calado que la distancia geográ?ca. Con sus decisiones -por cierto, jamás rechazaron el mecenazgo durante años de la dictadura de Catar al FC Barcelona-, el puñado de diputados de la CUP es soberano y no altera la suerte electoral de sus mayores. Bien que lo sabe Sortu. Pero el estado de zozobra de la sociedad catalana amainará con el tiempo en medio de las intermitentes secuelas de esos titulares inquietantes sobre el in?nito ardor destructivo del islamismo asesino. La gresca política desplazará al necesario análisis sobre el alistamiento a este terrorismo que seguirá acechando desde la irracionalidad. Comenzará entonces el tiempo de la veda para retratar la soledad del Gobierno Rajoy. El inicio asegurado de una prolongada catarata de derrotas parlamentarias que debilitarán peligrosamente al PP en paralelo al consiguiente desgaste que le supondrá la presencia de cargos y a?liados en varias causas judiciales por la ?nanciación de sus cuentas. Sin embargo, al presidente le quedará siempre la oportunidad del golpe de efecto que supone el acuerdo presupuestario de 2018, ese gesto determinante que garantiza una legislatura. Y ahí es donde centrará realmente sus esfuerzos al socaire de una continuada recuperación de los datos macroeconómicos que le proyectarán en los pasillos de la UE, su principal resorte. Paradójicamente, y quizá como re?ejo absurdo del orden de prioridades de la oposición, Rajoy será interpelado sobre los entresijos de la ?nanciación del PP apenas dos días después de que se reúna con Angela Merkel y Enmanuel Macron -sale bien caro al erario francés el cuidado de su cutis- para hablar sobre el futuro europeo. Es muy posible que a nadie se le ocurra solicitar una comparecencia urgente del presidente para que les explique realmente cómo quiere armonizar Europa su salida de la crisis con la devolución de los derechos sociales perdidos durante los últimos diez años. Es política, estúpido.