Mientras Catalunya retroalimenta su inequívoca apuesta por la normalidad bajo el clamor unitario de “no tinc por” como referente anímico del mundo occidental atacado de nuevo por el terrorismo islámico, una puntual escena de unidad política parece haberse apoderado de un debate institucional que hasta la fatídica tarde del atropello mortal en La Boquería auguraba una inmediata desestabilización. Apenas un día después de ese 16-A que se había considerado erróneamente como el toque a rebato soberanista en el Parlament, la irrupción del ISIS ha oscurecido el protagonismo del procés, alterado su calendario, agitado buena parte del ánimo social, y hasta es posible que dinamitado el propio referéndum. La onda expansiva de estos atentados, con una comprensible proyección internacional derivada de su tétrica magnitud, dificultaría poderosamente durante un cierto tiempo la comprensión de una puesta en escena de las urnas independentistas.

Es posible que el corrillo nada improvisado mantenido ayer en la multitudinaria concentración de la Plaza de Catalunya por Felipe VI, Carles Puigdemont y Mariano Rajoy -con Pedro Sánchez y Oriol Junqueras cubriendo sus espaldas- constituya un sencillo espejismo, el azucarillo en el vaso de agua del partidismo. Sin embargo, constituirá a buen seguro el epicentro de muchas de las proclamas de fuerzas y tertulianos constitucionalistas que se harán oír en paralelo a las interminables muestras de condolencia y a los avances de las investigaciones policiales sobre el Estado Islámico. Es una unidad ficticia, sorprendente en sí misma, simplemente la consecuencia lógica y desgraciada del mazazo de la violencia aunque también el reflejo siquiera puntual de una aspiración por el diálogo que se ha hecho imposible en medio del quietismo, la soberbia y la sinrazón desmedida.

Paradójicamente ese encuentro de tan improvisada unidad surgió unas horas después de que cada trinchera gubernamental hubiera estado agazapada ideando cómo atacar al contrario, aunque al final el independentismo prefirió aplazar la ofensiva para mejor ocasión.

Incluso el rey había bloqueado la agenda vacacional previendo que empezaban de una vez las hostilidades tan comprometedoras. O el propio Pedro Sánchez activaba su propuesta de la reforma constitucional para habilitar fuera del Congreso su controvertido concepto de la plurinacionalidad.

La magnitud desoladora de esas víctimas atropelladas por el fanatismo orilla todo debate sobre realidades ajenas. Lo entendieron inmediatamente desde la solidaridad en el comité de empresa de Eulen con la suspensión de esa huelga condenada a estrellarse con el muro de la firmeza de un Gobierno inflexible. Hasta los cachorros radicales de la CUP -patética por insostenible su interpretación del atentado- aplazan puntualmente sus ataques de turismofobia. Sin duda, se asiste a una fatídica coincidencia temporal entre las furgonetas asesinas y esta campaña especialmente hostil que en Barcelona impulsan quienes sostienen al Govern en el Parlament y avivan sus urgencias identitarias. El radio de acción de estas movilizaciones ha conseguido mimetizarse en otras comunidades.

En Euskadi, la izquierda abertzale también se solidariza con la barbarie de Las Ramblas -por cierto, Arnaldo Otegi, ¿qué diferencia hay con la matanza de Hipercor?-, pero no pueden impedir que las juventudes de Sortu compliquen la suerte electoral de sus mayores manteniendo en las calles de Donostia una reivindicación crítica con el negocio de turismo. Conscientes del malestar creado en sectores sociales nada sospechosos con la causa soberanista, el imaginario abertzale ha ideado la excusa de que se trata de la lucha de clases en favor de los jóvenes, posiblemente para mitigar así un efecto boomerang similar al sopapo encajado con la recogida de basuras del puerta a puerta.

Así las cosas, Puigdemont tiene más difícil por causas exógenas la viabilidad de su causa inagotable. La nueva realidad juega en su contra, además de la sombra implacable de la ley que nunca dejará de perseguirle. Si al final no consigue que el calendario ni el ambiente emocional acompasen sus reivindicaciones, siempre le quedará el recurso razonable de que no vino a luchar contra tantos elementos. En semejante supuesto, sería inadmisible políticamente que quienes jamás abrieron la puerta al entendimiento emergieran como vencedores. Sería imperdonable semejante tacticismo ramplón de corto alcance y, además, dejaría latente una reivindicación. Eso sí, estaríamos hablando ya de nuevas elecciones en una Catalunya que para entonces todavía seguirá supurando por sus distintas heridas.