la política española se enardece, incluso en verano. Mientras el Gobierno del PP digería a duras penas el sapo del cierre de Garoña -la cúpula alavesa del partido, una honrosa excepción- y todas las instituciones -incluido el Govern- están pendientes de la inquietud que espolvorea el desafío del soberanismo catalán, llega el CIS y le pone las pilas al presidente Rajoy con una radiografía de situación que ni siquiera Pedro Sánchez intuía. En esencia, el termómetro de la sensibilidad social indica que el hedor de la corrupción interminable y todavía irreparable de los populares devuelve muchos años después la supremacía política a la izquierda. Ocurre paradójicamente cuando la razón de Estado se busca a sí misma para impedir que las urnas se hagan un sitio el próximo 1-O sin disponer de ningún plan acordado y solo agarrándose al Tribunal Constitucional como única tabla de salvación más allá de los cantos voluntaristas del PSOE a la plurinacionalidad.
Mucho antes del ecuador de la legislatura, el CIS ha venido a advertir a Rajoy de que pone en riesgo el futuro a corto y medio plazo de su partido si sigue mirando hacia otro lado, confiado como hasta ahora en la plusvalía de los errores de sus rivales. La pésima valoración que el presidente merece a los españoles consultados -ahora bien, la primera posición del tapado Alberto Garzón tiene su miga- no es fruto de la casualidad ni tampoco de la inquina, que también. Ni siquiera es baladí que los dos ministros reprobados hasta ahora -Cristobal Montoro y Rafael Catalá- sufran semejante desprecio hacia su labor. Que la aprobación de los Presupuestos agrada a la Unión Europea, que aporta acción balsámica para amortiguar las embestidas pero que sencillamente es irrelevante para la emoción popular. Todo un escalofriante cuadro de urgencias presto para el bisturí -es decir, un discurso más consecuente con la realidad que palpa el ciudadano medio, un nuevo gobierno menos lastrado-, precisamente cuando el Estado español encara en Catalunya su compromiso más peliagudo sin otra defensa dialéctica desde el PP que la sacrosanta unidad constitucional.
Sin que la rebeldía de Sánchez haya acumulado más mérito que espolear a las almas durmientes de su partido enseñando los dientes opositores en cuatro asuntos nada trascendentales, el PSOE recoge las manzanas del árbol podrido de la corrupción del PP. Y por el camino, los socialistas aprovechan su sorprendente viento de cola tras la catarsis del último congreso para dejar sin fundamento el latiguillo del sorpasso frente a Unidos Podemos. Lo hacen sobre la base de unas esperanzadoras expectativas de voto que aniquilan para un tiempo entre los desconcertados susanistas las escondidas esperanzas de sacar la cabeza ante el primer traspié de su denostado secretario general. Por ahí viene el serio aviso que Rajoy recibió ayer y cuya intensidad real se desconoce porque estriba en el grado de cocina que se haya aplicado en las encuestas. De momento, aquellas previsiones electorales tan catastrofistas que atormentaban durante trimestres encadenados a la afiliación socialista quedan remplazadas ahora por un inédito estadio de ilusión -menos de cuatro puntos en intención de voto- capaz de abrir curiosamente una vía de agua en la continuidad del PP en el poder.
Con estos datos calientes del CIS en la mano y sabedores de un calendario político escalofriante, quizá la estabilidad parlamentaria corra un fundado riesgo a partir del próximo mes. Para entonces ya se sabrá el impacto de las heridas que, sin duda, dejará en ambas trincheras el procés, cada día más atormentado dentro y fuera de Catalunya. Para entonces ya se sabrá si Oriol Junqueras ha convencido a Carles Puigdemont para que el próximo martes convoque elecciones anticipadas y así abrir otro resquicio por donde colocar la segunda urna el 1-O. Para entonces ya se habrá despejado la incógnita de si la Mesa del Parlament ha optado el 16 de agosto por dar el golpe de mano capaz de encender todas las alarmas en el resto de las instituciones, cuyos responsables han recibido el encargo expreso de no apartarse un instante en este breve receso vacacional de sus teléfonos móviles. Demasiada carga de profundidad para que Rajoy, precisamente en los momentos de menor credibilidad, la despache sin otro plan que amparándose en la determinante voluntad constitucional cada vez que el Govern tose. Y así que pasen las horas, pensará como siempre. Quiza el CIS le ha venido a decir que el quietismo ya no da premio.