testificó Mariano Rajoy y se fue de rositas, como no podía ser de otra manera. Testificó entre algodones, desde su entrada a la Audiencia Nacional por la puerta falsa hasta la descarada benevolencia -o más bien complicidad- del presidente del tribunal, pasando por el trato preferente en la localización del testigo, al lado y no enfrente del juez. Rajoy se cerró en banda desde el minuto 1 con el pretexto de que él no sabía nada de los temas económicos del partido, y de ahí no se movió ni el magistrado dejó moverse a la acusación particular.

La comparecencia de Rajoy, por tanto, resultó otro camelo cuyo único alcance fue el relativo bochorno de que un presidente en activo fuera citado como testigo en un juicio por corrupción. Sin embargo, el que se haya limitado a echar balones fuera con la ayuda impagable del presidente del tribunal no supone que sea cierto lo que Rajoy declaró en un claro ejercicio de perjurio. Un testigo no es un culpable, cierto, pero es alguien a quien los jueces requieren porque puede aclarar la verdad, puede dar pistas, indicios, informaciones que ayuden al esclarecimiento del caso. Cualquier observador imparcial sabe que Rajoy no ha dicho la verdad, y es demoledor para un político de su rango que despierte la sospecha de conocer los entresijos de la trama corrupta de un partido del cual es la máxima autoridad.

Las andanzas judiciales de Rajoy son un remate indeseable del pringue acumulado por un partido que lleva décadas degradando la democracia a base del pillaje que ha enriquecido y corrompido a sus dirigentes. Una corrupción que ya se engrasó en los tiempos de Aznar y comenzó a salir a la luz poco a poco, pero hace un par de años la tromba rompió el dique y aflora por donde se toque.

Por más que Mariano Rajoy, en su inveterada costumbre de hacerse el tonto, de no saber y no recordar, sea a día de hoy el responsable máximo de la marea de corrupción que infecta su partido, las raíces del pillaje están en la era Aznar. Los amigos de Rajoy que metieron la mano fueron los amigos de Aznar. Bárcenas, Correa, Gürtel, la financiación ilegal del PP, la juerga de Caja Madrid, las cacerías de Blesa, las tarjetas ‘black’ y los millones de Rato y otros compinches son el estercolero del aznarato. Su Ley del Suelo dio origen a la burbuja inmobiliaria y a la más desaforada especulación, que llenó de grúas los espacios urbanos y de hipotecas derrochadoras los bancos y cajas.

Con ese mismo cinismo y desparpajo Aznar se desparramó en privatizaciones que esquilmaron al país, al tiempo que regalaban la oportunidad de forrarse a amigos y compañeros de pupitre. Añádanse a los antes citados personajes como Jaume Matas, Juan Villalonga y los constructores de élite que entraban y salían por la sede de Génova para cerrar tratos y pactar comisiones. En la era Aznar se institucionalizaron la caja B, los sobresueldos, las mordidas y los compadreos de parlamentarios, alcaldes, concejales y pillos sin graduación que se enriquecieron hasta la náusea.

Fue José María Aznar quien institucionalizó la corrupción superando el saqueo cutre de los Juan Guerra, Roldán, Urralburu y demás mangantes del felipismo socialista. Con Aznar se enalteció a los corruptos y se les otorgó poder y mando en las instituciones allá donde gobernasen los de la gaviota. Aznar es el señor X responsable de la podredumbre que se fue acumulado en las alcantarillas, aunque mire para otro lado como si jamás hubiera pisado Génova ni la Moncloa.

En el PP dicen ahora que la comparecencia de Rajoy en la Audiencia ha sido “una gran putada” y por eso los nuevos cachorros populares están asentando una nueva versión oficial: la corrupción nació, creció y se desarrolló bajo la presidencia de José María Aznar. Murió y terminó con Mariano Rajoy, como si durante todos estos años él no supiera, no escuchara nada, no se enterara de nada y no participara de nada.

Se trata de salvar como sea al actual líder, a base de una curiosa revisión histórica como vía de escape. Aznar se lo temía, por eso se impuso una especie de exilio voluntario y anda vagando por el mundo impartiendo conferencias a doblón, a la espera de que escampe.