Todos los viernes del año, hacia las 8 de la tarde, con el fondo de una música melancólica, recorre el centro de Donostia una comitiva silenciosa, no muy nutrida, precedida por agentes de la guardia municipal. La integran dos filas de ciudadanos y ciudadanas en su mayoría de avanzada edad, que portan en alto sendos retratos sin rostro: son sus hijos, o hermanos, o padres, o amigos, presos y dispersos por las cárceles españolas y francesas. Supongo que esta marcha semanal tendrá también lugar en el resto de capitales y otras localidades vascas. Según mi percepción, compartida con personas de mi entorno, este esfuerzo es un ejemplo de constancia que se reitera todos los viernes ante la indiferencia de la mayoría de los transeúntes y el sobrecogimiento estupefacto de los forasteros. Sirve, al menos, para recordar que están ahí, por centenares, soportando largos años de prisión.
Es necesaria una reflexión sobre la realidad de las personas a las que evocan los participantes en esos desfiles semanales, y entender que el sufrimiento personal de cada preso/presa se expande en círculos concéntricos y afecta a los más próximos, a los allegados de éstos y, en su última y casi imperceptible ola, al conjunto de la sociedad vasca. Los rostros velados de las pancartas llevan años y años fuera del mundo real, mientras la vida sigue y la sociedad cambia. Y esto no lo arreglan ni la solidaridad ni el dolor compartido.
Para liberarse y liberarnos de este escenario, ha llegado la decisión para desbloquearlo. Por fin, las personas presas por vinculación a ETA se han dado vía libre para acogerse de manera individual a las vías legales que les posibiliten la disminución de sus condenas y el acceso a los beneficios penitenciarios a los que habían renunciado voluntariamente. A esta sensata decisión se ha llegado tras un tortuoso recorrido que ha pasado por el gota a gota de los “traidores” y “arrepentidos”, denigrados ellos y decretado el vacío sobre sus familias por acogerse a sus derechos como reclusos. Un interminable debate ha dado, por fin, el visto bueno para que el colectivo EPPK se individualice y se autodisuelva, por más que se pretenda disimular con la semántica y con la épica del uno a uno, pero todos y “con el pueblo”.
El EPPK, los miles o centenares de personas que han pasado o permanecen en las cárceles españolas y francesas durante todos estos años, constituyeron el denominado frente de makos como una extensión de la épica para consumo interno. Alguien les engañó, o se engañaron a sí mismos, para creerse o hacer creer que desde las cárceles seguían contribuyendo a la construcción nacional y a la liberación de su pueblo. En este decorado de lucha virtual, aceptaron endurecer su ya penosa situación mediante la resistencia activa, la confrontación permanente y, como consecuencia, la prolongación de la condena. No tuvieron en cuenta que la cárcel es el aniquilamiento de la persona. No tuvieron en cuenta el principio general e irrenunciable: de la cárcel, lo que hay que hacer es salir cuanto antes. Y así se hizo desde el primer momento, hasta que alguien, desde fuera, desde su más o menos cómoda libertad, decidió que era obligatorio renunciar a la salida.
En enero de 2016, el histórico dirigente de Sortu Rufi Etxeberria les vino a decir que ya no eran frente de makos, que eran simplemente “una consecuencia del conflicto”. Malos tiempos para la épica, que les harían comprender que ya era hora de que se enteraran que estaban en una estrategia superada, según han reconocido tras el largo debate que les ha llevado a aceptar esas “salidas individuales” tan vilipendiadas.
¿Que se equivocaron propagando un silencio amenazador ante la libertad de quienes aceptaron vías personales de libertad y ejerciendo el desprecio a los familiares de los acogidos a la vía Nanclares? ¿Que se comieron unos cuantos años de más en prisiones remotas, castigados, apaleados, hostigados por haber cumplido su misión de luchadores por la libertad desde su condición de presos políticos vascos? ¿Que se les pretendió convencer de que eran un “agente político” eficaz para la estrategia de resistencia, y se lo creyeron?
Son preguntas para interpelar a los que desde su libertad decidieron retrasar la libertad de otros.
A día de hoy, gracias a una decisión tan aleatoria y frágil como el cambio de estrategia, cada miembro del EPPK podrá enviar su instancia para acceder a sus derechos penitenciarios. Ya era hora. Lo de que esa decisión individual cuente con el apoyo popular no pasa de pura consigna, ya que en realidad el colectivo abandona la épica para reintegrarse al régimen común ante la exasperante indiferencia de la mayoría de ese pueblo.
Recuperar la libertad es el fin deseado y lo que debe ser para todo preso. Aunque llegue con retraso y se hayan perdido unos cuantos años.