RESPUESTA SOCIAL. El secuestro de Miguel Ángel Blanco conmocionó a toda la sociedad vasca y, en especial, a los vecinos de Ermua, su localidad natal y donde era concejal del PP. El municipio vizcaíno acogió una masiva manifestación previa a la que reunió a medio millón de personas en Bilbao. La sede del Ayuntamiento se llenó con cientos de telegramas de ciudadanos anónimos que quisieron mostrar su apoyo a la familia del edil popular. La hilera de papeles daba la vuelta al Consistorio ermuatarra y muchos mensajes se quedaron sin espacio.

La otra cara de la moneda se vivió con las violentas protestas que algunos ciudadanos protagonizaron ante herriko tabernas y sedes de Herri Batasuna (HB). Los papeles se intercambiaron y los locales de la izquierda abertzale fueron acosados reclamando la libertad del edil secuestrado. El propio alcalde de Ermua, Carlos Totorika (PSE), acudió a sofocar el incendio que se desató en uno de esos locales. Imágenes como la suya, extintor en mano, se convirtieron en todo un símbolo.

La Ertzaintza, uno de los objetivos de ETA, tuvo que proteger a simpatizantes de la izquierda abertzale ante los intentos de linchamiento que padecieron en aquellas jornadas de tensión. En una acción sin precedentes, varios agentes del cuerpo policial vasco se desfundaron de sus capuchas y exhibieron sus rostros ante la gente que protestaba ante las sedes de HB. “Hubo gente que empezó a percibir entonces a la Ertzaintza como propia. Y hubo ertzainas que se sintieron arropados por primera vez”, resume Luis Eguíluz.