Cuando Errenteria era Rentería, nunca sabía uno si iba a poder atravesar la localidad sin sobresalto. Mis mañanas escolares me llevaban por la N-1 y a la altura de la entrada de la papelera, solíamos mirar para comprobar si salía humo en algún punto del trayecto. Si había humo, había barricada; si había barricada, llegábamos tarde al colegio; si llegábamos tarde al colegio, nos quedábamos hasta el recreo jugando en el patio. A esa visión infantil reducíamos nuestra percepción de una dramática realidad que se prolongó durante décadas, con odio acumulado, con sangre en sus calles, con impunidad policial, con apoyo expreso a los asesinos, con una degeneración urbanística y social. Casi todo lo malo que pasaba en Donostia o en Hondarribia o en muchos otros municipios considerados más tranquilos tenían su origen en que “han venido de fuera, son de Rentería”.
Conviene recordar todo esto, aquella sensación de entrar en territorio comanche desde Lintzirin a Capuchinos, porque resalta aún más los pasos que se están dando en Errenteria para consolidar una convivencia respetuosa, donde cabe la autocrítica y el homenaje a las víctimas, donde el rencor se ha sustituido por encuentros, primero discretos y después públicos, entre quienes piensan diferente.
No ha tenido que ser fácil: allí ETA asesinó a representantes de la ciudadanía, a un taxista, a un policía municipal, a un jovencísimo camello de poca monta, al propietario de una discoteca y a guardias civiles, policías, militares, etc. Hasta se dejó una bomba en una mochila que destrozó a un niño de diez años, hoy ya un adulto y cuyo testimonio estremece. Allí, también, se desplegó el catálogo del terrorismo de Estado, con abusos policiales frecuentes, con un cartero asesinado por los GAL cuando pretendía matar a un concejal de HB, un travesti tiroteado por su condición sexual, jóvenes detenidos y llevados a Intxaurrondo donde los torturaron y desaparecían durante días, ciudadanos secuestrados por uniformados y por grupos parapoliciales, esa misma policía saqueando los comercios, etc. Eso era Rentería, muy poco que ver con este Errenteria que abre una senda por la que todos deberíamos aprender a transitar.
No se trata de olvidar y ese puede que sea la primera lección que estos encuentros, porque han sido muchos y muy trabajados, nos dejan. No olvidar, sino aprender a empatizar con el dolor de quien tienes enfrente y con quien te cruzas en la calle. No puede haber cierres en falso, porque las heridas necesitan supurar antes de cicatrizar. Intuyo que cuando los representantes municipales dejan las siglas, pero no su ideología, para trabar estas complicidades están apuntando el camino correcto que todos debemos transitar. Que haya fructificado en Errenteria es el mejor mensaje que envía este municipio tan estigmatizado.