Pedro Sánchez se mira en el espejo de Portugal cuando sueña con gobernar España. Es su modelo preferido cuando trata de articular el segundo mandato como secretario general del PSOE, que inicia con un 16% menos de apoyo (86 a 70) pero con la seguridad que le aporta la tregua silenciosa de ese 30% de enemigos, el bloque que ayer se marchó para no oírle. Tras su reconfortante baño de adhesiones en la clausura del insípido 39º congreso donde exhibió el nuevo tiempo del partido, el líder socialista no desperdiciará un solo minuto en su empeño por enseñarle los dientes a Mariano Rajoy con una descarada política de hostigamiento hasta agotar a su Gobierno. Una labor de oposición implacable en la que pretende aglutinar a Podemos y Ciudadanos, dos partidos de idearios antagónicos y con líderes que se desprecian pero interesados mutuamente en el debilitamiento del PP. Y así hasta llegar a Portugal. Como si en su imaginario intentara ir ensayando un gobierno alternativo desde un congreso abierto al juego de mayorías. Ahora bien, su primera preocupación va a ser la reforma de RTVE.

Para lograr su objetivo, Sánchez tiene las manos libres en el PSOE como nunca imaginó. Sus enemigos -el susanismo ha muerto como élite, al menos hasta las próximas generales- han elegido la táctica no gratuita de dejarle hacer. Entienden que es la fórmula más desinhibida para sacar las bayonetas sin dar explicaciones cuando lleguen, que llegarán dicen, los tropezones de su secretario general. Hasta entonces, toda oposición interna queda reducida a tomar notar en silencio procurando, de paso, atarse los machos ante la razzia que se avecina. Pese a todo, hay coincidencia en admitir que se abre un nuevo ciclo donde la inmensa mayoría de la afiliación, cansada del desgaste y del desprecio entre compañeros, entiende que ha llegado el momento de caminar unidos y de asumir que el enemigo de verdad está fuera.

Sobre esta sensación de situar debidamente el tiro del esfuerzo trazó el secretario general sus llamamientos a la ilusión, a la regeneración desde el poder de la izquierda, cuando se acordó de la clase trabajadora, de los desfavorecidos, de los jóvenes y de las conquistas sociales de gobiernos socialistas anteriores que ahora se han difuminado por efecto de la crisis y del neoliberalismo. Pero lo inició con un elocuente guiño a ese estigma reivindicativo que entraña el 15-M, consciente de que por ese desagüe se sigue debilitando la recuperación electoral socialista. Ahí es donde se va a topar con Podemos, que ni siquiera le pondrá fácil el protagonismo desde la oposición. Pablo Iglesias sabe que en el horizonte de los dos próximos años le ha tocado el peor rival posible, aunque Sánchez tenga que seguir las jugadas durante ese tiempo por el plasma. Hasta entonces, Catalunya compartirá la atención. El líder socialista evitará los campos minados con la fácil equidistancia sobre la que se ha situado mediante su rechazo al independentismo y al centralismo trasnochado de Rajoy. Para seguir soñando con Portugal.