Antes de que este mediodía haga su puesta de largo, Pedro Sánchez no quiere sobresaltos a modo de titulares desestabilizadores que desvirtúen su hoja de ruta. Quizá a esta comprensible exigencia responda la contención verbal detectada en el balance de las tres comisiones de trabajo que aglutinaron ayer el debate ideológico de los 1.035 delegados registrados en el 39º Congreso del PSOE sobre organización, economía y política. O tal vez la imperiosa necesidad de encontrar la unidad hace tanto tiempo perdida para recuperar la credibilidad en sus propuestas, encaminadas desde el corazón a conquistar el liderazgo desde la izquierda.
De momento, flota en el ambiente la desconfianza silenciosa propia de los últimos estertores de unas primarias a duelo de navaja, pero nadie quiere que se le vea echando gasolina al fuego. Caben en cambio los resquemores como ese gélido vídeo de salutación del ausente Felipe González sin citar siquiera una vez a Pedro Sánchez o la ubicación en la fila 12 del auditorio de la derrotada Susana Díaz, capaz de desairar hoy a su secretario general alegando que el lunes debe acudir a una feria en París.
Podría haber saltado la chispa con la plurinacionalidad que el nuevo secretario general se ha empeñado en introducir en el ideario socialista. Intentó la pelea el presidente javierista del Parlamento asturiano, Pedro Sanjurjo, al instar a la retirada del término, pero salió derrotado por 165-41. Más allá de tan rimbombante denominación, el texto aprobado dista mucho de cualquier amenaza a la unidad de España. Y, por supuesto, nada de “nación de naciones” como se le escuchó al candidato ganador en la campaña de las primarias. El PSOE seguirá apostando por su federalismo asimétrico, la imperiosa reforma constitucional, el diálogo que facilite la concordia sin escisiones y, en el supuesto de que haya que votar, el derecho a decidir corresponderá a todos los españoles. Vaya, que Mariano Rajoy puede seguir tranquilo. Los temerosos socialistas caminan de momento con pies de plomo.
Sánchez no va a ensanchar la brecha interna por una osadía en el desafío catalán, donde tiene muy poco que ganar. Bien sabe que la cuestión territorial desata las pasiones de esos barones a quienes quiere cortar las alas para siempre, aunque les deje el consuelo de ir al Comité Federal. Incluso, este debate autonómico solivianta las reticencias de miles de sencillos afiliados amantes de la cohesión social y, por supuesto, de esa infantería contenida que ante cualquier mínima veleidad se cargaría de razones para poner pie en pared.
Refractario por tanto a los riesgos innecesarios, el secretario general preferirá de salida adentrarse por el discurso mucho más emocional que entraña el liderazgo de la izquierda y el hostigamiento al Gobierno del PP. Le resultará suficiente para contentar la ilusión de quienes siguen instalados en el espíritu del no a Rajoy y, de paso, tampoco herir a quienes siguen desconfiando de la solidez y viabilidad real de sus propuestas. Al líder socialista le espera más de un sapo propio de sus contradicciones. Ayer mismo, en el arranque del cónclave, los belicosos defensores del carbón asturiano que tanto apoyan a Sánchez se sintieron engañados cuando escucharon a un portavoz de varias organizaciones ecologistas apostar por la energía renovable y rechazar al tiempo los pozos mineros para un futuro saludable. Por contra, Patxi López sacó adelante su idea de segunda vuelta en las primarias internas con una rebaja sustancial en la exigencia de avales. El lenguaje de la democracia interna se hizo un hueco.