Vivimos en una sociedad que parece necesitar siempre un chivo expiatorio al que culpar de los retos incumplidos o de los objetivos no alcanzados. Siempre resulta más fácil buscar un presunto culpable o responsable que analizar hasta qué punto cada uno de nosotros como ciudadanos contribuimos a resolver el problema o a agudizarlo. También en la sociedad vasca experimentamos esta simplificación de la búsqueda de solución a problemas muchas veces complejos y cuya existencia responde a múltiples factores.
Un ámbito clave, estratégico, más relevante que ningún otro para toda sociedad y también para nosotros es el de nuestro sistema educativo. ¿Todos los problemas que aquejan a nuestro sistema educativo están vinculados a la política educativa del Gobierno vasco? ¿Puede diagnosticarse el problema y determinar su solución solo con las respetables pero también relativizables reivindicaciones de los sindicatos?
La inquietud, el malestar, la incertidumbre, las incertezas que muchos y muy buenos profesionales de la educación de nuestro país experimentan no derivan ni mucho menos solo de las reivindicaciones planteadas como justificación de las dos convocatorias de huelga.
El verdadero reto, y hemos de afrontarlo entre todos, porque todos somos parte de la comunidad educativa si creemos de verdad en el futuro de nuestra sociedad, radica en un cambio de paradigma sobre el papel del profesorado y el del propio sistema educativo. Hemos de tener presente su compleja y nada fácil relación con un alumnado cada vez más exigente, conexión entre profesorado y alumnado muy complicada de gobernar y de ordenar, porque demasiadas veces los estudiantes son solo conscientes de sus derechos y no de sus deberes conduce a un debilitamiento de la auctoritas, de la percepción del profesorado como autoridad.
Además esa misma percepción se extiende en el contexto familiar. No ocurre solo en el ámbito educativo, que sus profesionales se encuentran cada vez con más frecuencia ante unas familias exigentes, algo que puede ser bueno, positivo si revela implicación en y con el sistema educativo, pero que muchas veces se traduce en actitudes muy orientadas a achacar al sistema y al profesorado la frustración derivada de la ausencia del logro de sus objetivos académicos por parte de sus hijos o hijas.
A ello se añade, como está ocurriendo en otros planos de la vida social y profesional, toda una sucesión de cambios metodológicos que cuesta interiorizar y visualizar como supuesta panacea del cambio eficiente. Son muchas pequeñas revoluciones (sociales, relacionales, metodológicas) en poco tiempo.
Y aunque el motor de la motivación es la profesionalidad y la responsabilidad ante la sensible y clave función social que desempeña nuestro profesorado es comprensible que el poso de destilación de todos este cúmulo de factores derive muchas veces en una mezcla de malestar e inquietud.
Si aceptamos este diagnóstico, por supuesto con todos los matices y aportaciones que deseen realizarse, habrá que concluir que el problema no se resuelve solo simplificando la solución en las reivindicaciones sindicales. Todos debemos implicarnos en ello porque nos va mucho en acertar y fijar un rumbo que supere la interinidad y fragilidad derivada de las coyunturas políticas, de los modelos educativos vinculados a concretas opciones políticas.
La posible solución pasa por un debate y una reflexión serena, plural que persiga sacar a nuestro modelo educativo de ese bucle perverso y se oriente hacia la consecución de un gran pacto educativo estable, duradero, unas bases que perduren en el tiempo y permitan adaptarse a la frenética sucesión de cambios sociales.
Hay que recuperar el sentido real de la educación, en todos sus niveles, como puente entre el hoy y el mañana, capaz de civilizar colectivamente el futuro por encima de aspiraciones individuales, porque educar representa un reto conjunto para toda nuestra sociedad, y ha de ser un proyecto colectivo, compartido y que impulse nuestra sociedad y nuestros ciudadanos hacia horizontes de superación del crítico contexto actual, donde todo parece cuestionarse.
Alumnado, familias, profesorado, todos nos jugamos mucho y está en nuestras manos superar inercias enquistadas que gripan el motor de nuestra necesaria innovación educativa y social.