Se la bufa, se la trae el fresco, se la refanfinfla? Póngase aquí cualquiera de los sinónimos que signifiquen no importarle absolutamente nada algo a una persona. Fue la retahíla de expresiones equivalentes que el diputado Pablo Iglesias le ensartó en el Congreso a Mariano Rajoy, El Impávido, hace un par de meses. Da igual de qué asunto se trate, Mariano es así. ¿Caen chuzos de punta? Ya escampará. Indiferente e impasible, se las apaña para que los más catastróficos acontecimientos le resbalen, para que sus ilustres conmilitones vayan desfilando por los juzgados y ocupando celdas sin que siquiera pestañee. Y no le va mal. Con tales satisfactorios resultados, no es extraño que esta táctica de Don Tancredo se haya trasladado a su equipo y ante la reprobación unánime y mayoritaria de altos, altísimos cargos de su partido, los descalificados se limiten a declarar que “no se sienten incomodados”.
El todavía ministro de Justicia, Rafael Catalá, puso todo el empeño para frenar la investigación sobre el desvío de dinero público en el Canal de Isabel II. En memoria del “Luis, se fuerte” que dedicó su jefe a Bárcenas cuando le echaron el guante por chorizo a gran escala, el ministro advirtió con un animoso “Ojalá se cierren pronto los líos” a otro chorizo ejemplar, el expresidente de la Comunidad madrileña Ignacio González. Vale, los dos están en la cárcel, no pudo hacerse más, pero el que avisa no es traidor.
El ministro transmitió la impunidad a su cadena de mando. El fiscal general José Manuel Maza, a quien nombró a dedo con evidente intención de que ejerciera de mamporrero en favor del que manda, recibió las instrucciones pertinentes para taponar la hemorragia de mierda derivada del latrocinio del Canal, que se veía venir. A sus órdenes, querido ministro, habría acatado el fiscal Maza, que previo paso de un chivatazo del segundo de Interior al chorizo investigado, derivó el mazazo a donde debía, a la Fiscalía Anticorrupción, donde ya estaban apareciendo los gusanos de la putrefacción. Una llamada del célebre exministro Eduardo Zaplana al expresidente Ignacio González, hoy preso por mangante, recomendaba el nombramiento como fiscal jefe Anticorrupción de Manuel Moix, con el elogio “si sale, es cojonudo”. Y salió, claro, con su querencia y obediencia al PP y su disposición leal para proteger a cargos del partido investigados por corrupción. Ya puede verse el equipazo: ministro, fiscal general y fiscal jefe Anticorrupción, todos de la cuerda y asesorados a distancia por el filibustero mayor, el Zaplana, el que no se cortó un pelo cuando dicen que declaró aquello de “yo estoy en política para forrarme”. Con tales tahúres profesionales, no es extraño que la operación Lezo saliera a trompicones, con muchos pelos dejados en la gatera.
Catalá ha sido el primer ministro reprobado en el Pleno del Congreso desde que llegó la democracia. Y mientras le llovían improperios de todos los portavoces excepto los de su partido, mientras se desgranaban en tromba las acusaciones de obstrucción a la justicia, de arbitrariedad, de favoritismo, de complicidad, de prevaricación, el ministro Catalá miraba sorprendido a la Cámara diciendo “¿A qué viene todo este ruido?”. En una espléndida demostración de alumno aventajado digno de su maestro y jefe, la reprobación de la Cámara se la suda y se la refanfinfla. Cuenta con el apoyo del macarra mayor, el pasota Mariano Rajoy, “que es lo que importa en democracia”. Ahí queda eso.
Y si al ministro se la trae al pairo, ya me dirán cómo se lo han tomado sus dos mamporreros también reprobados, el fiscal general y el fiscal Anticorrupción. A fin de cuentas, eso de la reprobación no es vinculante, o sea, solo serviría para que los reprobados se ruborizasen un poco, si es que tuvieran vergüenza. Nada con sifón.
Cosas de la burocracia, o cosas de la solemnidad política, la mayoría absoluta de los diputados está de acuerdo en que en este país la Justicia es un cachondeo, que Montesquieu es una momia y que la corrupción campa a sus anchas mientras la cúpula de togas, puñetas y puntillas obedece a quien le nombra. Nunca es tarde, pero hace ya muchos años que el pueblo llano estaba al cabo de la calle desde hace décadas. No es nada nuevo eso de la cadena de mando putrefacta en la Justicia, desde que sus más altos representantes deben el cargo y el sueldo al partido político que les nombró. Y, a fin de cuentas, eso de que la catarata de corruptos y sus hazañas se la sude no es más que seguir el ejemplo del que manda. Y lo que es peor, todavía hay en España millones de personas a quienes también se la suda, se la pela, se la bufa, se la trae el fresco, se la refanfinfla eso de la corrupción y siguen votando a los corruptos. ¡Vivan las caenas!