En Madrid, quien se precie dice estar en posesión de un dato estremecedor aún desconocido sobre el calado real de la trama mafiosa de Ignacio González y su séquito. Los hay, incluso, que siempre asociaron el nombramiento del fiscal Moix con el descrédito de la justicia, excepción hecha de Victoria Prego. Y luego queda la élite de snobs y redichos predicen que el Apocalipsis esté por llegar, que el rechinar de dientes viene camino de la M-30 para descubrir los tiempos del dinero fácil con Alberto Ruiz-Gallardón. Para desgracia del PP puede ser posible porque atrapado como está en la ley de Murphy todo lo que le va saliendo mal puede aún empeorar.

Como si de una maldición se tratara nadie es capaz de negar bajo el estado actual de shock democrático que el seísmo de la corrupción seguirá sacudiendo los cimientos de la credibilidad política y de la débil estabilidad parlamentaria del partido que sustenta a un Gobierno aturdido. Lo hará a buen seguro con sucesivas entregas de nuevos horrores del saqueo de dinero público, filtradas interesadamente desde un sumario abierto al público donde se recogen lacerantes intromisiones para su investigación. Así es fácil de comprender la creciente indignación social, la pasmosa orfandad de una oposición creíble, el oportunismo de Podemos para envenenar un poco más las primarias del PSOE con una moción de censura imposible pero, sobre todo, el pánico atroz de Mariano Rajoy a encarar con valentía su encrucijada más tormentosa.

Jamás imaginó el líder del PP que la dimisión definitiva de su último rival le arrastraría hasta semejante ciénaga. Rajoy se ha quedado solo ante el espejo con los jirones de sus enemigos Ignacio González y Esperanza Aguirre a modo de bombas de racimo en sus manos. Es el precio demasiado oneroso que se arriesga a pagar ahora por mirar como siempre hacia otro lado convencido de que tampoco esta vez le abandonaría su peculiar baraka. Rajoy, por supuesto sin mancharse, prefirió que Cristina Cifuentes le oxigenara la cueva de ladrones e influencias del PP madrileño que conocía perfectamente y la presidenta se vengó de tal manera que tiene asegurado un papel propio junto a Alberto Núñez Feijóo cuando llegue la pelea interna de la sucesión. Sin embargo, nadie y mucho menos Rajoy quiso ir más allá por ese maldito temor al escándalo cuando hasta el propio jefe de la trama sabía que la Guardia Civil sabía de sus apaños. Se contentó con quitarle el caramelo de Caja Madrid y las prebendas de otra candidatura. En cambio, fue la enésima ocasión perdida de enfrentarse con la vara de la justicia a esa caterva de corruptos que han enfangado para mucho tiempo las tuberías de su partido y comprometido a miles de compañeros honrados.

Con el ventilador en marcha, líbrese quien pueda. En este apremiante empeño y recomendación coinciden ahora un puñado de grandes empresas que se antojaban intocables desde la Transición, decenas de lobbistas depravados, políticos avariciosos sin ética alguna y una cohorte de jueces y fiscales reñidos con la independencia de su misión hasta su descrédito más absoluto. Todo un cóctel de imprevisibles consecuencias para la estabilidad de un Gobierno hoy más débil que ayer y mucho menos creíble que mañana si no tercia rápidamente una profunda catarsis sin recovecos bajo la inexcusable asunción explícita de responsabilidades. Un compromiso con la verdad ante la ciudadanía que disocie sin atisbos de duda el enriquecimiento personal del encubrimiento, que separe la corrupción personal de la orgánica, que señale al culpable por acción pero también por omisión.

Sería imperdonable que Rajoy se refugiara en los lugares comunes para alejar el hedor. Bien es verdad que pudiera tener la tentación del escapismo habitual porque sabe que le acompaña un granero de votos que posiblemente haya descontado la corrupción y que, a su vez, no le inquieta ninguna oposición implacable. Ahora bien, debería analizar con más profundidad la creciente oleada de indignación de estos días porque no remitirá tan rápidamente y sus efectos miméticos son impredecibles, máxime si continúa el carrusel de escándalos. Es en ese contexto donde Podemos acaba de echar una mano al acorralado presidente del Gobierno con la insólita pero cacareada presentación de una ridícula moción de censura sin candidato alternativo que especialmente distrae la atención hacia las primarias del PSOE. Tampoco sería descartable que sin nadie enfrente que le tosa más allá de la contestación callejera y en ausencia duradera de una sólida alternativa, quizá Rajoy se pone a hablar de la superación de la crisis porque cree que los corruptos ya están en la cárcel. Igual es su propia realidad.