Bilbao - Asegura que su último libro tiene más que ver con el subtítulo, La sociedad vasca en el siglo XXI, que con el título, Rutas nacionalistas. Pero Gurrutxaga no elude cuestiones del ámbito político como el desarme de ETA o el propio horizonte del nacionalismo vasco.

La entrega de las armas por parte de ETA, ¿supone una oportunidad? ¿Coloca en una situación diferente al nacionalismo vasco?

-Lo que se escenificó fue otro paso más, pero creo que este proceso histórico ya está vencido y que en este momento se tiene que ocupar sobre todo de las múltiples y dramáticas consecuencias que ha generado. Desde un punto de vista político, es un proceso que está amortizado, donde nadie gana nada y todo el mundo tiene algo que perder.

¿Qué se puede perder?

-Con ETA estamos representando las múltiples pérdidas que su propia acción ha generado a lo largo de 50 y muchos años. Parece una tontería, pero resulta que hay vascos que toda nuestra biografía tiene que ver directamente con la acción de ETA, es decir, que nacimos con ETA. Ha formado parte de nuestro panorama cotidiano, su incidencia va más allá de la estrictamente política.

¿Y la reclamada disolución definitiva de la banda?

-El otro día se hizo una escenificación más, como habrá una tercera que, supongo, será la desaparición definitiva de ETA. Entre otras cosas porque la propia historia le ha engullido, además con una pésima cuenta de resultados: no ha conseguido nada de lo que quiso ser. Yo no creo que lo del otro día tenga mayores repercusiones, simplemente se van produciendo una serie de hitos. Lo que habría que preguntar acaso es por qué ha tardado tanto, por qué ha necesitado cinco años y medio para entregar los arsenales. No me parece que haya habido un cambio de panorama sustancial.

¿Qué queda pendiente, también en relación con las víctimas?

-Quedan todas las consecuencias que un proceso de esta naturaleza ha generado; el enorme problema de las víctimas, que no sé si seremos capaces de encauzar definitivamente. Seguramente se irá atemperando porque la amnesia siempre acompaña el paso del tiempo, pero probablemente no conseguiremos cerrar nunca esta herida.

¿A qué otras consecuencias del conflicto se refiere?

-Queda toda una cultura social instalada que habrá que ver cómo somos capaces de obligar a que sea cada vez más periférica. En tercer lugar está el enorme problema que plantea la política carcelaria, al igual que toda la recomposición política, especialmente de la izquierda abertzale, ahí tienen un trabajo potente que hacer. Y nos queda a todos la necesidad de reflexionar en profundidad de por qué fue posible ETA, las consecuencias de ese fenómeno; van mucho más allá de las estrictamente políticas, que es el ámbito donde más se ha avanzado.

¿Es optimista a este respecto?

-Nos costará tiempo, mucho trabajo y mucha sinceridad: el mirarse a los ojos y poder hablar de los motivos del otro van a ser elementos absolutamente claves y los vamos a tener que hacer necesariamente si queremos cerrar de verdad la enorme herida que abrió ETA en esta sociedad. Se ha avanzado mucho pero todavía hay grandes incógnitas que se han empezado a abordar pero vamos a ver qué derroteros toman. Hay suficientes incertidumbres como para ser extremadamente cautos y no bajar el grado de alarma que causan algunas declaraciones y cierto tipo de situaciones.

Afirma que la izquierda abertzale debe gestionar “los costes del desfase entre lo que había que haber hecho y lo que se ha hecho”.

-La izquierda abertzale le debe una explicación a la sociedad, la capacidad de leer con absoluta y radical sinceridad lo que ha hecho, al igual que otros actores políticos. Pero es evidente que la izquierda abertzale ha sido un actor clave y fundamental en toda esta situación.

Volviendo al tema del nacionalismo, ¿a qué retos se enfrenta?

-La gran cuestión es qué pasa con opciones políticas, culturales o sociales cuando pierden su carácter carismático y se rutinizan. Es decir, cuando pasan a depender en gran parte de la gestión institucional, de lo bien que sepas administrar la vida de los ciudadanos que te han elegido para eso. Se produce un desplazamiento en el que la clave es la administración de las cosas, de tal manera que tu discurso político, social, ideología y tu éxito electoral, en definitiva, va a depender en gran parte de tu capacidad para dar respuesta a los problemas de los ciudadanos.

¿Cómo se produce este cambio? ¿Es un proceso natural?

-Si analizas históricamente la aprobación del Estatuto de Autonomía y la creación de toda la administración autonómica, 37 años después el nacionalismo se ha rutinizado, ha convertido la gestión en el leitmotiv de su intento de obtener éxito político y social. Esto es así porque aquello que más le importa a la gente se ha ido colocando sobre el concepto de bienestar, la calidad de vida y la confianza en las instituciones. Si no se supiese responder a todo esto, nos podríamos cuestionar incluso para qué queremos competencias; las queremos para mejorar la vida de los ciudadanos. Al final, el nacionalismo es un compromiso con los ciudadanos y la propia sociedad.

Al fin y al cabo, en este periodo se ha estado construyendo país.

-Hay muchas formas de construir país, pero la vía que aquí se elige ha dado muy buenos resultados. La gestión de las competencias nos ha permitido transformar lo que inicialmente era un sueño y viejas aspiraciones en realidades tangibles. Que tengamos un sistema educativo, una buena sanidad, competencias plenas en materias de seguridad, autonomía financiera... Son grandes hitos, las relaciones con el Estado nos han ido bien y hemos conseguido una construcción sólida del país.

Describe un panorama sombrío en la relación del Estado con la “periferia” por una “lectura radical de la Constitución”.

-Cuando se plantean conflictos, sobre todo desde los nacionalismos históricos catalán y vasco, hacia el Estado ha habido una respuesta basada en sentencias del Tribunal Constitucional. Se ha juridificado un conflicto que era político y el gran problema en definitiva es si la Constitución es un techo o un suelo.

¿Está en crisis el Estado-Nación?

-Hay una nueva manera de entender lo que es el Estado, la nación y los vínculos que surgen entre ambos. De manera que, hoy en día, seguir defendiendo el concepto decimonónico de Estado-Nación parece un poco absurdo. La globalización, la conectividad, lo que ciertos autores llaman las nuevas cadenas de suministros, etc., tienen una incidencia tremendamente significativa. Y para poder jugar ahí, el Estado-Nación, más que ayudar, puede ser un elemento que estorbe.

¿Por qué?

-La clave se traslada a la inteligencia práctica que cada país es capaz de gestionar, al grado de competencias que eres capaz de poner en marcha, y en dónde te sitúas dentro de las cadenas de suministros y en la sociedad del conocimiento. La gran apuesta no tiene tanto que ver con seguir insistiendo en estructuras políticas caducas y trasnochadas, porque la propia evolución histórica las ha cuestionado, sino en saber qué lugar puedes ocupar en esta nueva forma que adquiere la conectividad en el mundo.

¿En qué se traduce esa conectividad a la que alude?

-Quiénes son tus aliados, qué quieres decir sobre qué, el valor que adquiere el conocimiento tecnológico y social, etc. Es ahí donde te la juegas, donde los diferentes partidos y las diferentes maneras de entender lo que es el País Vasco van a tener que demostrar su capacidad.

¿Y si no se logra ese objetivo?

-Si no somos capaces de resolver bien este sistema de ecuaciones, vamos a ser mucho más débiles. Saber qué lugar queremos ocupar en la cadena del I+D+i es tan importante como cualquier otro tipo de respuesta política que queramos dar. Saber resolver hacia dónde tiene que caminar nuestro sistema productivo, qué papel tiene que jugar en él la inversión en conocimiento, son absolutamente claves porque son los instrumentos del siglo XXI. Y la estrategia política del nacionalismo inevitablemente pasa por ahí, es ahí donde hay que invertir. Fuera, tu vida va a ser menos placentera.

¿Y respecto a las señas de identidad de este país?

-Euskadi es en gran parte una sociedad post-identitaria, no porque la identidad haya desaparecido, al contrario. Tenemos todos los instrumentos para poder hacer posible nuestra identidad, el euskera es importante, pero para nuestra juventud el aprendizaje del inglés es fundamental, así como el conocimiento de otra culturas y sistemas productivos. Y debemos ser capaces de responder a ese desafío antropológico.

De hecho, en el libro enumera una serie de elementos no antropológicos que atestiguan que la sociedad vasca es diferente.

-Entiendo que la gran cuestión es haber sido capaces de estar a la cabeza en renta per cápita, invertir más que la media en I+D+i, tener personal cualificado en empresas que internacionalizan su producto... Al final, la gran aportación de una sociedad pequeña como la CAV es hacer las cosas mejor que el otro, y la estrategia política pasa por aquí. Esta es nuestra opción de futuro si queremos que dentro de 40 ó 50 años se siga hablando con orgullo de lo que es ser vasco.

Todo ello por encima de la cuestión identitaria.

-Ya no estamos en los tiempos en que Sabino Arana definió lo que era Euskadi, ni en los de José Antonio Aguirre, ni siquiera en los primeros años de la Transición. Estamos en una nueva era y entender muy bien sus vicisitudes es fundamental.

Una sociedad post-identitaria.

-Hoy en día todo el mundo se puede expresar en euskera, pero nuestros escritores publican también en castellano y quieren que se les lea en inglés, francés y alemán. Ésta es la estrategia. ¿Por qué el Guggenheim es un símbolo? Porque nos permite estar en el mundo y ha internacionalizado la imagen de lo que es ser vasco y del propio Bilbao. Y el concepto fuerte tiene que ver con la persona que maneja bien las buenas prácticas: el periodista que hace muy bien su trabajo, el profesor, el obrero metalúrgico, etc. Esto es lo que nos convierte en un país innovador, tenemos que saber hacer las cosas bien, nuestra apuesta de futuro pasa por este puente.