Los gimoteos de Esperanza Aguirre tras salir de su declaración ante el juez retratan la situación en la que se encuentra el PP de Madrid, convertido en un pozo séptico de corrupción cuyo insoportable hedor alcanza la capa de ozono y contamina a todo el que lo huela. ¿Por quién llora Esperanza Aguirre? Sobre todo, por ella misma -inocente traicionada por su entorno y amortizada ya a estas alturas para la política- y por su sucesor en la Presidencia de la Comunidad de Madrid y presunto corrupto Ignacio González, porque, pobre, “está pasando un calvario” tras dar con sus huesos en el calabozo. ¿Alguien se imagina un lehendakari investigado (imputado) por corrupción?

Desde luego, las lágrimas de Aguirre no son por los ciudadanos, atónitos ante la sucesión de acontecimientos, palabras y protagonistas que apuntan a un nivel de corrupción de proporciones gigantescas en las filas populares y en el propio partido, bajo sospecha de financiación ilegal. Una ciudadanía incapaz ya de distinguir entre gürteles, operaciones Lezo, bárcenas, ratos, blacks y demás detritus vomitivos.

¿Podría empeorar? Claro. Esto es España, amigo. Y las cloacas de corruptelas se entrecruzan con la justicia política. Porque vamos a ver: ¿Qué parte de su pomposo cargo como fiscal Anticorrupción no ha entendido Manuel Moix? Anticorrupción solo quiere decir una cosa, y es la lucha contra una lacra que está dejando la política, los políticos y las instituciones a la altura del barro. Así que obstaculizar esa lucha, intentar evitar registros que pueden ser claves para la investigación y actuar a favor de sospechosos (del PP, claro) tan evidentes que se procede a su detención no es precisamente muy anticorrupción que digamos. Más bien al contrario. Con el agravante de que llueve sobre mojado con el señor Moix. Tanto, que el propio Ignacio González se felicitó cuando lo nombraron responsable de la cosa anticorrupción. Como para no.

La parte cómica (y ustedes perdonen la frivolidad) es la de Francisco Marhuenda, director de La Razón, y otros responsables de este periódico presionando a la nueva presidenta de Madrid, Cristina Cifuentes o implicados en la operación Lezo.

Esperanza Aguirre tiene motivos sobrados para llorar, aunque, como dijo ella una vez -pero tampoco cumple-, “a la política se viene llorado”. Sin embargo, las lágrimas no limpian conciencias. Mire Rajoy. Él no llora. Observa, sonríe y se fuma otro puro.