La historia del Aberri Eguna, que comenzó en 1932 con su primera edición en Bilbao, quedó cortada de forma abrupta por la Guerra Civil y la caída del Ejército de Euskadi frente a las tropas sublevadas, lo que relegó al Día de la Patria a un ámbito clandestino en plena dictadura. Sin embargo, el ansia de libertad y el deseo de reivindicar la nación vasca eran cada vez más irrefrenables, y así volvió a la luz pública con la convocatoria de 1964 en Gernika. Con no pocas dificultades, y sintiendo de cerca el aliento de las autoridades españolas, prestas a cercenar cualquier tipo de exaltación del espíritu vasquista. El éxito de esta cita, con 30.000 asistentes según los organizadores, acabó por situarla de nuevo en el calendario pese a la coyuntura enormemente adversa. Pero la apuesta se redoblaría tan solo tres años después con la decisión de situar el Aberri Eguna en Iruñea. Una comunidad, Nafarroa, que lejos de ser declarada traidora como Bizkaia y Gipuzkoa, fue laureada por el caudillo. La represión y los intentos por impedir su celebración se multiplicaron de forma exponencial. Sin embargo, esta historia tuvo un final feliz, a juicio de quienes la vivieron en primera persona.

Es el caso de José Antonio Urbiola, entonces miembro de la Mesa Nacional de EGI, y que llegó a presidir el Napar Buru Batzar (NBB) entre 1992 y 2004. Recién llegado de París en diciembre de 1966, donde había permanecido tres años estudiando, y tras incorporarse al NBB, Urbiola participó en la reunión mensual del Euzkadi Buru Batzar (EBB) celebrada en Gasteiz. “En el orden del día estaba el Aberri Eguna del 67, y la primera pregunta era dónde celebrarlo”, rememora. Agrega que, “antes de que nadie tomase la palabra, mi compañero en ese momento en el Napar, Santiago Alonso, se adelantó y dijo: dónde va a ser, le corresponde a Iruña”.

“Para mí fue una sorpresa porque en aquel momento la organización del PNV en Navarra estaba francamente débil”, reconoce a este periódico. “Pero Alonso fue lo suficientemente optimista para poner encima de la mesa el nombre de Iruña, y nadie se atrevió a decir que no, porque tampoco había razones para ello”, añade. El Domingo de Pascua caía el 26 de marzo, y la dificultad añadida por el emplazamiento fue compensada en parte por el carácter unitario de la convocatoria: se sumaron el Gobierno vasco en el exilio, PNV, ANV, ETA, ETA-berri, PSOE, AR, UGT, CNT y ELA-STV. La elección de la capital navarra tenía un gran simbolismo en todos los ámbitos.

También tuvo una participación activa Juan Mari Feliu, que en la segunda legislatura de la democracia fue concejal del PNV y que actualmente es edil de EH Bildu en Huarte como miembro de EA. Experto montañero, Feliu llegó a Iruñea la víspera del Aberri Eguna, procedente de los entrenamientos que estaba realizando para la expedición a los Andes que tenía prevista. Rememora que en esos días “había amenazas y la prensa estaba muy caliente, todos los periódicos de aquí estaban en plan que nos invaden los vascos”. “Navarra era tierra de misiones en aquella época, más o menos como ahora”, asevera.

“Encierro anticipado” En los prolegómenos del Aberri hubo una auténtica guerra de propaganda con llamamientos a acudir -“No olvides, navarro, que Iruña es por derecho propio la capital de Euskalerria, capital histórica a quien todos los vascos llevan en su corazón”, aseguró el PNV- y auténticas soflamas de los medios afines al régimen: “Es un insulto a Navarra. Proponemos que las autoridades no dificulten la llegada a Pamplona y que se permita a los navarros recibirlos con el calor que ellos saben hacerlo cuando se pone en duda su fidelidad a sus principios tradicionales. Tendremos así ocasión de asistir a un encierro anticipado de las fiestas de San Fermín”, apareció en Arriba España.

La revista clandestina Gudari situó al mismísimo Carrero Blanco al frente del aparato represivo del Aberri Eguna; según esta publicación, se habría barajado incluso sacar al Ejército a la calle. Buena parte de la tarea de llamar a acudir el 26 de marzo a Iruñea recayó en las juventudes del partido jeltzale, y Gudari escribió: “los grises se desriñonaron recogiendo la propaganda de EGI y del PNV”. Pintadas, carteles y octavillas fueron las herramientas más usadas, aunque, como apunta José Antonio Urbiola, “el aparato de propaganda que tuvimos después fue infinitamente superior”. Juan Mari Feliu recuerda que “muchos podíamos oír Radio Euzkadi, que se emitía desde la selva de Venezuela. La frase Aquí Radio Euzkadi, la voz de la resistencia vasca, te ponía los pelos de punta”.

Urbiola apunta que “llegaron personas de toda Euskal Herria. En casa de mis padres, por ejemplo, a la hora de comer había gente de todos los herrialdes, aquella casa estaba llena. El boca a boca funcionó y se consiguió un éxito considerable”. Según el relato pormenorizado que realizó Gudari en su número 39, esta convocatoria tuvo una afluencia masiva, con autobuses organizados desde toda Euskadi y desplazamientos por tren o vehículo particular. De forma paralela, los controles policiales empezaron el viernes, con registros y anotación de matrículas y documentación. Todos los que no pudieron entrar en la ciudad celebraron el Aberri de forma improvisada allí donde les pillara.

“Rodearon toda Pamplona, como ya tenían experiencia en hacerlo, lamentablemente”, explica el expresidente del NBB. “Pero ese fue precisamente parte de nuestro éxito, que fuimos capaces de montar un grupo de guías que condujeron a la gente al margen de las carreteras que estaban controladas por la Guardia Civil y la Policía”, agrega. A su juicio, “tampoco eran especialmente espabilados, porque a Pamplona se entra por mil sitios, no solo por las carreteras principales, y así se hizo”. Finalmente, y gracias al esfuerzo de estos abnegados abertzales, el sábado por la noche “parecía víspera de San Fermín”, según Gudari.

Golpizas filmadas “La batalla de Iruña comenzó temprano”, aseguró la publicación que se encontraba entonces al margen de la legalidad. Miles de personas empezaron a confluir en la céntrica Plaza del Castillo después de la salida de misa. Mientras, la Gristapo, según la terminología de la revista, permanecía apostada en una calma tensa en sus jeeps. José Antonio Urbiola, que cuenta actualmente con 80 años de edad, retoma el relato: “el acto empezó con un “gora Euskadi askatuta”, gritado con un vozarrón fuerte, poderoso, que fue muy bien oído y muy bien respondido. A partir de ahí cargó la Policía y en eso consistió prácticamente, con la gente corriendo más de media hora para un lado y para otro”. Además de los “goras” a Euskadi y Nafarroa, la otra acción que acabó por desatar las cargas en apenas minutos fue el lanzamiento, a través de morteros de fabricación casera, de varias ikurriñas que cayeron lentamente sobre la multitud, provocando el asombro y la emoción entre los asistentes.

Precisamente, el cometido que le encargaron a Juan Mari Feliu en esa jornada, apenas unos días antes de embarcar rumbo a Perú, era sacar fotografías de dichas ikurriñas. “Teníamos que entregar esas fotos a gente que ya teníamos convenida para que llevaran las películas y los rollos al otro lado [Iparralde] y allí ofrecerlas a la prensa internacional”, explica. José Antonio Urbiola agrega que “Mikel Isasi fue el responsable de hacerse con los cohetes, que se habían fabricado en París. Nos dieron las instrucciones de cómo montar los tubos y quedó muy bonito, imagínate la emoción de toda esa gente viendo aquello que en Pamplona fue absolutamente insólito, sorprendente”.

Detenidos, heridos, un caos absoluto... Una estampa que ha quedado para la posteridad gracias a las filmaciones que la recogieron, otro “éxito en el aspecto organizativo” a juicio de Urbiola, y que aparecen en el documental Los hijos de Gernika. Porque “una cosa es saber que algo existe y otra poder verlo”, afirma en referencia a la represión: “en las imágenes se ve la paliza que la Policía le da a un pacífico ciudadano de alrededor de 60 años y sin ninguna pinta de borroka”. El campamento base con los miembros del PNV y la prensa estaba instalado en el Hotel Tres Reyes “porque el director, Pedro Turullols, era miembro del NBB. Nos ayudó con dinero para fianzas y multas, tengo un recuerdo muy profundo de él”, apostilla Feliu.

Crónicas desiguales La resaca del Aberri Eguna tampoco fue fácil, con no pocos asistentes que se quedaron tirados en Iruñea. Por este motivo, según Feliu, “una de las tareas que teníamos era acoger a todas las personas que andaban por la calle y reubicarlas en casas de nacionalistas para que no fueran detenidas”. Se trataba de “servicios de vigilancia nocturna”, según la definición de Urbiola. Las crónicas de esta cita fueron desiguales, y mientras la prensa española habló de fracaso -la Agencia Cifra, afín al régimen, enumeró solo 600 manifestantes-, los medios extranjeros glosaron el hito de los 25.000 congregados.

Feliu concluye que “fue rompedor porque a partir de entonces mucha gente visualizó la represión franquista y eso coincidió con el nacimiento de una generación con ganas de luchar por esa causa”, de lo que pone como ejemplo la asociación juvenil Eusko Basterra, que surgió en septiembre de ese mismo año y que por tanto también cumple medio siglo. Urbiola destaca dos hechos significativos: “con la detención de la Red Álava en 1941, desapareció de la luz pública la lucha antifranquista del PNV, y el Aberri Eguna fue la primera muestra de que seguía existiendo”. Como consecuencia de ese “éxito”, además, “empezó la reconstrucción del partido en Navarra”.