Ya solo quedará desde el 8 de abril la disolución de ETA para que el Gobierno del PP y esa caverna mediática que tanto le atemoriza se queden sin disculpas y comience de una vez el debate real sobre cómo adecuar la convivencia en tiempos de paz. Hasta ahora también a los terroristas se les exigía lógicamente el obligado desarme definitivo y, una vez hastiados de esperar en vano a los gobiernos francés y español, acaban de fijar la fecha en el calendario. Con la señalización de los restos de su arsenal -eso sí, con rigor esta vez- y la inusual colaboración que en el empeño van a mostrar voluntarios civiles, la banda terrorista pasa definitivamente la pelota al tejado de su enemigo bajo la atenta vigilancia internacional y buscando así la fotografía de un compromiso. Pero sería aconsejable aquilatar prudentemente el estado de efervescencia generado en Euskadi por semejante compromiso. Nadie debería olvidar para evitar la melancolía y el desengaño que es Madrid, incluso París en este caso, quien siempre tiene la última palabra. Tampoco habría que caer en el desencanto cuando Rajoy despacha con apenas una recurrente frase agarrándose a la ley tan significativo gesto de ETA. Solo acaba de empezar el partido y se avecinan movimientos estratégicos de mucho interés.
Bien sabía el Gobierno que ETA iba en serio cuando hace seis años, derrotada por la fuerza de la calle y el poder del Estado, dijo fin al asesinato y la extorsión. Pero siempre ha preferido justificar su quietismo recurriendo a las excusas ciertas del desarme y de la disolución de la banda. Era la respuesta recurrente para despreciar las incansables apelaciones, sobre todo del lehendakari, Iñigo Urkullu, a la búsqueda de un escenario acorde con una nueva realidad. Posiblemente porque el Ejecutivo nunca ha dispuesto de las mínimas garantías de credibilidad que obviamente jamás pueden ofrecer quienes han reducido sus únicos ideales políticos al tiro en la nuca. O simplemente porque ha confiado siempre en el rédito electoral de la mano firme contra quienes han teñido de sangre y dolor demasiados años, incluidos sus voceros. Sin embargo, con el tiempo transcurrido y la evidencia innegable de una tregua para siempre, ya nada es igual y ya no valen los mismos pretextos. Y Rajoy lo sabe, mucho más desde ayer. Curiosamente, a ETA también le costó entenderlo pero en su caso las respuestas que se le exigen siempre llegan tarde.
Habría que instar a la moderación y la sensatez dentro y fuera de Euskadi para que este anuncio del desarme no volviera a generar aquellos estados de ansiedad que provocó el final de la violencia. Solo se ha abierto la puerta, no se ha llegado al destino. Tampoco es alentador que los medios más próximos al Gobierno interpreten el anuncio de esta renuncia a los zulos como un nuevo montaje propagandístico. Es comprensible, que no deseable, su reacción. Mucho más grave sería que Rajoy lo asumiera como cierto porque crearía desazón sin motivo. Por el contrario, tampoco debería surgir un brote de exigencia inmediata sobre el acercamiento de los presos como si fuera la contrapartida de un cruce de cromos. Semejante espejismo ya se vivió en su día tras la conversión del entorno abertzale a la democracia y desgraciadamente aún se está pagando la decepción, léase ATA. Es el tiempo de la prudencia.
El PP necesita ayuda sólida y creíble para encarar el reto de una respuesta al desarme y necesaria disolución de ETA. Es inimaginable pensar que una mañana Rajoy pulverice la excepcionalidad del terrorismo en la reglamentación penitenciaria. Una gran parte de la sociedad española no ha madurado semejante digestión y entre ellos, el propio Gobierno. Es ahí donde cobraría un papel determinante la posición comprometida del PSOE, avalado políticamente por su compromiso contra la barbarie y su condición de víctima. Es un hecho incontestable que entre dirigentes socialistas -empezando desde su dirección vasca- se comparte la obligación democrática de dar este paso adelante para adecuar de una vez la ley a la realidad en la búsqueda de una convivencia auténtica que no deje fisura alguna, venga de donde venga. Solo desde esta base que empezarían a desbrozar los socialistas podría el PP adecuar su discurso, siempre jalonado lógicamente por una respuesta individual de los presos del reconocimiento del daño causado. Así las cosas, no tardaría en configurarse una aplastante mayoría parlamentaria para secundar las iniciativas legislativas que protegieran una nueva voluntad política con relación a la paz y la convivencia.