resultan indignantes las cada vez más abundantes diferencias en la aplicación de la Justicia. Por otro lado, el descrédito del sistema alcanza cotas tan altas que resulta muy difícil defenderlo a quienes seguimos queriendo creer en la justicia y en el Poder Judicial.
Los numerosísimos casos de corrupción se están resolviendo de manera tan blanda que imagino a la de los ojos tapados y la balanza metida en casa, debajo de la cama, para no ver lo que se está haciendo en su nombre. La sentencia del caso Nóos, entre tantos otros, lleva a pensar que es mejor robar mucho que poco y que el delito-y sus consecuencias- son diferentes según quien los cometa.
Urdangarin y su querida -y alelada, pues no se enteraba de nada- esposa, quedan prácticamente libres de polvo y paja tras un juicio con resultado previsible desde el primer momento: sin cárcel, viviendo cómodamente en Suiza, con pasaporte, guardaespaldas? ¿A costa de quién? ¿Van a devolver el dinero robado?
Hicieron la vida imposible al juez Castro hasta que se fue, el fiscal parecía el abogado defensor, ciertos medios intentaron que comulgáramos con ruedas de molino para salvar a la dinastía Borbón? Aun con todo ese tratamiento de privilegio, quedaron en evidencia hasta provocar la dimisión del emérito (amigo de condenados por terrorismo de Estado, cazador de osos borrachos, amante con palacete pagado con el erario público?). Un lavado de cara que no engañó a casi nadie. Dimitió aquél para asegurar al siguiente, pues el negocio de la monarquía es colectivo y familiar.
En tiempos, hubo socialistas y republicanos de pacotilla que defendían sin rubor la monarquía con el falso argumento de la estabilidad frente a hipotéticos intentos golpistas. Se les acabó la excusa a quienes se decían juancarlistas, no monárquicos. ¿Van a lanzarse en masa a exigir que se vayan esos Borbones enriquecidos de manera opaca? ¡A que no! ¿Quién se apuesta algo conmigo?
La corrupción española está enfangando el sistema democrático no solo porque quienes han robado salen casi de rositas sino, sobre todo, porque la desvergüenza se está instalando en ciertos sectores económicos y políticos a los que no se les exige responsabilidades, a la vez que se fomentan la amnesia y las falsas justificaciones para que lo sigan haciendo. Un lío inmoral como las informaciones sobre la utilización de los mecanismos gubernamentales para obstaculizar el ejercicio de la justicia y los cambios en fiscales que sí han actuado contra la corrupción del PP.
Visto lo visto, ahora parece más necesario que nunca reivindicar otro sistema político, el fin de la monarquía y la III República española. Aquí la vasca, por supuesto; aquella que defendió el 17 de abril de 1931 el lehendakari Agirre -entonces alcalde de Getxo- junto a los de Bermeo, Elorrio y Mundaka. En el manifiesto de llamamiento a reunirse en la villa foral se declaraba la intención de constituir una República Vasca para garantizar el libre y pacífico desenvolvimiento y asegurar el bien común y los beneficios de la libertad a todos sus ciudadanos presentes y futuros y el natural e inalienable derecho de los pueblos a regirse por su libre autodeterminación.
Esos ciudadanos con quienes se comprometían somos nosotros y nosotras. ¡Ojalá seamos capaces de administrar bien su legado!