Hoy, como cada 19 de febrero, la primera llamada de Natalia habrá sido para Edu. Aquella “fea mañana” de 2002, hace ahora quince años, sus vidas dieron un vuelco envuelto en tragedia, cuando ETA quiso asesinar a un inteligente, valiente, alegre y apuesto joven de 26 años, Eduardo Madina, por aquel entonces secretario de Política Institucional de las Juventudes Socialistas, sin cargo público alguno, que apostaba firmemente por el diálogo y el acuerdo en Euskadi. Por la política.
La fortuna y -literalmente- su altura física le salvaron la vida pero quedó mutilado para siempre después de que le fuera amputada su pierna izquierda a consecuencia de la explosión de una bomba lapa adosada a los bajos de su coche.
El ahora diputado socialista y excandidato a liderar el partido prefiere no revivir aquellos días terribles en los que el terror a punto estuvo de arrebatarle la vida y le dejó secuelas eternas. Lo hacen, como homenaje a él y a su actitud política y humana, algunos de sus íntimos. “Lo recuerdo todo como si fuera hoy”, relata Natalia Rojo, compañera de militancia de Madina, su pareja entonces y hoy parlamentaria vasca del PSE. “Hablé con él la noche anterior, colgamos sobre la una de la mañana. Yo vivía en Bilbao en un piso de estudiantes, estaba haciendo un máster y al día siguiente habíamos quedado para desayunar él y yo. Le mandé muy temprano un mensaje al móvil porque había pasado mala noche y no podía ir a desayunar. Me volví a meter a la cama y al poco empezó a sonar el teléfono”, recuerda Natalia. Al principio no cogió, pero ante la insistencia, ya presintió que algo grave había pasado: un atentado. Eran tiempos muy duros para los socialistas, especialmente castigados como objetivo de ETA. “Pensé en que había sido mi padre”, cuenta con crudo aplomo. Su aita es Javier Rojo, histórico dirigente socialista alavés -y por tanto directamente en la diana- que posteriormente fue presidente del Senado. “Cogí el teléfono y era un compañero de partido:
-¿Te has enterado?
-Pues no.
-Ha habido un atentado.
-¿Y quién es?
-Eduardo.
(Ahora lo estoy pensando y me entran ganas de llorar).
-¿Qué Eduardo?
-Eduardo Madina.
Colgué el teléfono, histérica”.
La explosión había tenido lugar a las 8.20 de la mañana de aquel martes en la recta de Galindo, entre Sestao y Trapagaran, cuando Madina se dirigía a trabajar gracias a una beca de formación. Había conducido más de diez kilómetros con la bomba colocada en los bajos del vehículo.
El propio Madina describió durante el juicio contra los autores del atentado las consecuencias de aquel brutal ataque. Las físicas (la amputación), que, entre otras cosas, le truncó su vida deportiva como jugador de voleivol; las psíquicas, imborrables; y las de su entorno. Ante el tribunal afirmó que la muerte de su madre por un infarto solo diez meses después del atentado, cuando solo contaba 49 años, estuvo directamente relacionada con la bomba. “En mi casa se hizo de noche y una sombra de pena y de tristeza envolvió a mi familia”, relató, mientras los acusados -Iker Olabarrieta y Asier Arzalluz, luego condenados a 20 años de cárcel- mantenían un comportamiento que “denotó una ausencia de asunción de la propia responsabilidad con actitudes de pretendido desprecio hacia la víctima”, según reza la sentencia.
También fue un durísimo golpe para sus amigos más cercanos y para su familia política. “Yo tenía 24 años y de repente tuve 50. En mi vida hay un antes y un después de aquel 19 de febrero. Nos hicimos mayores de golpe. Lo tengo grabado”, afirma Natalia Rojo, que recuerda cada detalle.
El intento de asesinato de un joven sin relevancia política ni pública pese a que ya era un referente para los cachorros del partido por su talla política e intelectual encendió todas las alarmas en el PSE. Los miembros de las Juventudes, chicos y chicas con poco más de veinte años, fueron obligados a llevar escolta y a mirar a diario debajo del coche.
Dani Díez era entonces secretario general de las JJ.SS. y muy amigo de Madina. Coincide en sus sensaciones con Natalia. “Nos hicimos adultos de golpe. Políticamente éramos unos niñatos y este atentado puso de manifiesto que había gente que había puesto en el punto de mira a las juventudes socialistas, que no dejábamos de ser los alevines. Fue un punto de inflexión importante, porque querían extender el terror a todos los niveles, incluso a los ‘menores de edad’ políticos”. Díez, que pocas semanas antes había renunciado a la escolta, cree sin embargo que aquello fue aún más duro para sus mayores. “Fue como atacar a sus hijos y además el saberte incapaz de evitarlo”.
En similares términos se expresa Mikel Torres, actual alcalde socialista de Portugalete, entonces concejal y que unos años antes había sido el líder de las Juventudes del partido. Torres, también amigo íntimo de Eduardo Madina y que apenas se despegó de él mientras se recuperaba en el hospital de Cruces, recuerda que fue “un palo muy duro porque todas las personas, independientemente del puesto, éramos objetivo de ETA solo por pensar o decir algunas cosas”.
miedo Llevar escolta a los veintitantos años “te cambia la vida”, dice Dani Díez, quien confiesa que “te queda de por vida un cierto ramalazo paranoico”. Pero, además, queda el miedo, tal y como reconoce Natalia Rojo. “Sí, no te voy a engañar, mucho miedo porque te explican que habría habido seguimientos y yo pasaba muchas horas con él. Habíamos vivido muchas situaciones de terrorismo, yo lo había vivido en mi casa toda la vida, pero al final era alguien como tú, de las juventudes, con el que habías salido mil veces...”, se sincera Rojo, quien confiesa “un punto de inconsciencia”. “Yo había vivido toda la vida con un padre escoltado, era una realidad que formaba parte de mi vida diaria desde que era muy pequeña. No le dedicas mucho tiempo a pensar, porque si no, nos hubiéramos marchado todos, pero también hay una parte de rebeldía, de que eso no iba a poder contigo. A los pocos días del atentado muchos compañeros de las juventudes iban escoltados, habíamos pasado a ser objetivos de primera línea, como los mayores del partido. Yo lo he vivido con miedo, con preocupación por mis padres, porque yo sabía que mi madre sufría mucho. Tengo la suerte de que podía hablarlo con mi padre a calzón quitado, he hablado mucho con él de los miedos que él tenía, de que si le pasaba algo lo que yo tenía que hacer? son conversaciones que no se tienen en una familia normal”.
Si hay algo en lo que coinciden todos los interlocutores -que, pasado el tiempo, siguen siendo “muy amigos”- es en resaltar la entereza de Eduardo Madina tras el atentado. “Nos sorprendía el estado de ánimo que tenía. Una vez asumido el atentado y que le habían amputado una pierna, intentaba transmitirnos que ya había pasado y que lo que había que hacer era afrontar el futuro. Eso intentábamos todos, y pasamos de la tristeza a contagiarnos de su estado de ánimo”, afirma Mikel Torres, que, como él dice, prácticamente “vivió” en Cruces durante semanas. “Me sorprendió la entereza de Eduardo y lo especialmente mal que lo llevamos el resto”, dice el alcalde jarrillero.
El propio Madina lo detalló en su primera comparecencia pública tras recibir el alta, un mes después: “ETA tan solo ha podido acabar con mi vida deportiva, pero voy a seguir igual que antes, intentando que no consiga que todos en Euskadi digamos lo que ellos quieren que digamos”.
Dani Díez va incluso más allá. “Nos dio una lección a todos, que ha seguido dando a lo largo de los años. Una entereza total desde el minuto uno. Nos decía esto no me va a cambiar, esto sigue demostrando que hay un problema al que no estamos dando solución, esto necesita más política, más diálogo, más confrontación de ideas. La verdad es que entrábamos a la habitación, él te animaba y salías destrozado. Recuerdo que el primer día entré, estuve cinco minutos, salí y me desmoroné. Me senté en las escaleras y me puse a llorar como un niño”, rememora.
Díez no duda en calificar a Madina como un “referente, muy brillante en el discrurso”. “Era nuestro Ernest Lluch, así le decíamos, era un convencido empedernido de que esto se arregla hablando y negociando. Decidió que aquello no le iba a cambiar ni sus convicciones ni su forma de defenderlas. Al contrario, las afianzó más”.
coherencia Mikel Torres, por su parte, añade que “no cambió ni una línea de su coherencia. Nunca expresó un punto de odio. Internamente sentiría rabia y dolor pero sabía que la sociedad vasca tenía que avanzar y que, como él decía, la única manera de ganarles a los terroristas era con cabeza y, sobre todo, estar todos unidos. Nos fortaleció mucho”
También Natalia Rojo le considera un modelo. “El atentado nos terminó de unir a sus amigos, nos fortaleció. No estuvo solo ni un minuto, no sé si él nos necesitaba, pero nosotros le necesitábamos a él. Eduardo ayudó mucho a que lo lleváramos bien, nunca transmitió odio ni rencor. Nos dijo por dónde teníamos que ir: seguir haciendo política, aguantar. Se convirtió en un referente de una generación, de hecho fue elegido secretario general ese mismo año y para mí es uno de mis mayores referentes personales y un absoluto referente político”. Echando la mirada atrás, Rojo considera que aquello les fortaleció como personas y como grupo. “Nos habíamos afiliado con terrorismo y a partir del atentado se acercó mucha más gente a la organización y la fortaleció también en valores. Nos unió todavía más”.
ETA, sin embargo, continuó con su escalada violenta con los socialistas como objetivo prioritario. Pocos días después, con Madina aún en Cruces, intentó asesinar a la concejala de Portugalete Esther Cabezudo, sin conseguirlo. El 21 de marzo, un día antes de que Eduardo abandonase el hospital y víspera del Congreso del PSE que eligió a Patxi López como secretario general en sustitución de Nicolás Redondo Terreros, los terroristas asesinaron al edil de Orio Juan Priede. En años posteriores hizo lo propio con otros dos socialistas, Joseba Pagazaurtundua e Isaías Carrasco.