He de reconocer que tuve la tentación de, al estilo de los malos periodistas, escribir este artículo antes de conocer la sentencia que a la postre condenó ayer a 6 años y tres meses a Iñaki Urdangarin y absolvió a Cristina de Borbón, por el caso Noos.

Y no porque sea particularmente bueno haciendo adivinaciones, la audiencia de Gabon de Onda Vasca puede dar fe de la cantidad de vaticinios erróneos que he hecho durante años, pero es que en este caso estaba tan cantado, que creo que nadie hubiese apostado ni un solo euro por que a la hija de su “antigua Majestad” le hubieran condenado a ni un día de prisión.

Que una cosa es mandar a la cárcel a un vasco exjugador de balonmano y otra muy distinta meterse con la hija del campechano Borbón, y mucho menos si tenemos en cuenta que la fiscalía se dio mus nada más empezar la partida.

Pero más allá de las penas de cárcel para unos y otros, la Sentencia pone de manifiesto muchas más cosas de las que a muchos les hubiera gustado reconocer.

En primer lugar, la facilidad de determinados cargos públicos para amañar concursos públicos por más que se les quisiera dotar de legalidad. A la vista está que, durante años, en algunos puntos de España, la contratación pública ha sido un coladero de enchufismos y comisiones digna de las sociedades más corruptas del planeta.

En segundo lugar, la impunidad con la que muchos de los hoy encarcelados o a punto de entrar en prisión han actuado durante décadas, creyéndose que la inviolabilidad que al jefe de Estado le reconoce la Constitución les era extensible. Sirva como ejemplo las presiones al juez Castro, que gracias a que no encontraron la forma de amenazarle lo suficiente pudo mantener la causa hasta el final.

En tercer lugar, el convencimiento de toda la Familia Real Española de que siguen estando por encima de la legalidad, y el hecho de que muchas veces lo están. Sirva aquí como ejemplo que dos personas pendientes de sentencia han estado viviendo tranquilamente en un país como Suiza, mientras al común de los mortales lo primero que se le retiraría en unas circunstancias parecidas sería el Pasaporte.

Y por último, el intento en vano de parte del establishment español de convencernos de que pasara lo que pasara, la monarquía nunca tuvo nada que ver con la corrupción.

La corrupción, por más que unos y otros se empeñen en intentar aislarla a casos concretos, forma parte, o si se quiere, ha formado parte de la forma de hacer política en España durante muchos años. Y ello ha sido así como consecuencia del paso de la dictadura a la democracia, si bien no con los mismos mandatarios, sí con la misma clase empresarial, acostumbrada a conseguir lo que quisieran del erario público, ya sea a cambio de una cacería, ya sea a cambio de un sobre, ya sea a cambio de un “hoy por ti, o tu yerno vamos, mañana por mí”.

Habrá que ver cómo se van desarrollando los acontecimientos en las próximas décadas, pero lo visto en los primeros años del S. XXI, nuevos partidos mediante, no parece muy alentador.