El congreso de los personalismos de Podemos se clausuró ayer y comienza hoy. Solo cuando se conozca en las próximas horas el perfil de la cúpula de poder podrá calibrarse hasta dónde llega la auténtica voluntad de Pablo Iglesias de cumplir con los interminables llamamientos a la unidad y la humildad que verbalizó ayer tras su enfervorizada proclamación como líder indiscutido de este movimiento social que ha decidido emprender por su cuenta y sin aliados el cambio en España. Queda a la espera Iñigo Errejón, el gran derrotado de este pulso al todo o nada, mientras digiere contrariado la dura bofetada personal y política que le supone haber sido señalado mayoritariamente en Vistalegre como el culpable de este espectáculo de divismo retransmitido al segundo por redes sociales, tertulias y editoriales. Y al fondo del pasillo quedan los anticapitalistas reducidos a la marginalidad por un sistema de votación que multiplica los réditos solo de quien gana. Por cierto, el rival de Iglesias por la secretaría general, que no era Errejón aunque lo pareciera sino el diputado andaluz Juan Muñoz, alcanzó el apoyo honorífico del 10,95% de los votos.
Iglesias y Errejón ni siquiera abandonaron juntos la plaza de toros mientras sonaba L’estaca, de Lluis Llach. No hay margen siquiera para el postureo después de que entre ambos se ha roto algo más que la amistad: la confianza. El órdago mutuo ha sido tan fanfarrón que ha roto el tapete y en Podemos todos temen ahora sus consecuencias. Así se explican las recurrentes apelaciones a la unidad en un rebosante Vistalegre como grito desesperado de quienes intuyen la llegada de un tsunami revanchista, alentado posiblemente por la camarilla pablista, como hubieran hecho los errejonistas en el supuesto de haber ganado.
Para coser ese mal endémico de la división que persigue a la izquierda en España y que en el PSOE se hace más imposible cada día, todo pasa por la generosidad del secretario general, blindado además con ocho millones de adhesiones de sus bases por casi seis de su rival. Otra cosa es hasta dónde llegará su capacidad para contener las ganas de sangre de su guardia pretoriana, ávida por lapidar a más de un ideólogo errejonista. Sin esperar a las votaciones -“sin pucherazos como los del PP” y con récord histórico de participación en Europa, 145.000 personas-, las gradas habían adelantado los resultados un día antes. Cuando cada frase de Iglesias era aclamada con los gritos de “presidente, presidente”, mientras a Errejón se le pedía “unidad” como causante explícito del divorcio, ya se intuía el recuento de votos.
Sustanciada, por tanto, la responsabilidad del desaguisado mediante un baño de realismo para Errejón lejos de Twitter y Facebook, a Podemos le aguarda armar la estrategia. Y lo quiere hacer como un movimiento que traslade el clamor socital de los “pueblos y la gente de España” hasta las instituciones sin “pactos vergorzantes” por el camino y con el firme propósito de posibilitar el cambio y la derrota final del PP, a quien Iglesias citó como único enemigo y sin alusión alguna a los socialistas. Por cierto, bastaba un simple vistazo sociológico a cientos de delegados podemitas para entender cuan difícil será la anhelada regeneración del voto del PSOE más allá de sus atormentadas primarias.
Sólido, a su vez, por esa fotografía resultante del Consejo Ciudadano que le otorga una holgada mayoría, Iglesias tampoco debería hacer oídos sordos a ese más del 30% de la formación que le ha pedido moderación para no dar miedo a nuevos votantes.
Mientras le espera la patata caliente de cómo recomponer el arquetipo de una organización interna que lleva el sello de su antagonista y, a su vez, responder a las lógicas embestidas de territorios dominados por sus rivales, como ocurre precisamente en Euskadi. Atendiendo a las consejeros de la famosa abuela Teresa lo tendría que hacer con humildad, pero bastaba escuchar los debates en el metro o en los vomitorios del improvisado pabellón para entender que las heridas han dejado tanta huella en los respectivos batallones que ahora mismo apelar a la unidad suena a sarcasmo.