los defensores tibios del mensaje del rey, diga lo que diga, han empleado un argumento que me parece un tanto flojo para justificar su irrupción anual en televisión. Decía un destacado socialista que se trata de algo “banal” y que por la propia naturaleza de la Monarquía es tan estrecho su recorrido que no cabe esperar grandes titulares y, por lo tanto, tampoco merece que perdamos tiempo en comentarlo. Si así fuera, si tan banal y previsible resultara, la pregunta es para qué un mensaje. Y si me apuran, para qué un rey que no puede decir nada de interés público.
Sin embargo, Felipe VI ha conseguido algo bastante complicado y muy torpe: decir muy poco y enfadar mucho. Siempre se puede argumentar que en realidad no es el Borbón el que habla, sino que lo hace el Gobierno en boca del monarca, puesto que es el ejecutivo el que da el visto bueno al dichoso mensaje. Y entonces, volvemos a la casilla de salida: si va a hablar el Gobierno, nos ahorramos discurso y rey.
De los doce minutos que duró su intervención, once fueron poliexpán, ese corcho blanco que inunda la caja donde se guarda algo pequeño que es donde está el objeto preciado que no debe romperse. Porque todo era hueco cuando instaba a la audiencia (a la que tuteó sin permiso) a trabajar mejor, a estudiar más, a esforzarse al máximo, etc... En fin, que lo diga alguien que de cuna le viene todo resuelto no es precisamente muy ejemplar.
Y el minuto de oro, ese que era el único que importaba, fue un compendio de imprudencia e insoportable ejercicio autoritario. No porque defienda la unidad de España, en ello le va el cargo, sino por cómo desautoriza a los que legítimamente aspiran a otro modelo territorial ¿Qué es eso del “empobrecimiento moral” de quienes cuestionan las normas actuales? Más bien aprecio pobreza intelectual en sus palabras. El rey tiene un serio problema, porque una buena parte de los que a día de hoy forman parte del reino quieren dejar de ser españoles, y otra buena parte cuestiona su figura porque son republicanos. Cerrar los ojos a esa realidad hace más débil al rey. Pero donde fue realmente ofensivo fue cuando llamó a que “nadie agite viejos rencores o abra heridas cerradas”. Así, sin contexto, no habría nada que objetar. Pero resulta que esa misma frase la ha empleado el PP para descalificar los esfuerzos para recuperar la memoria histórica y reparar a las víctimas del franquismo. En su literalidad lo dijo Acebes (8-10-2007) o Esperanza Aguirre (6-5-2016), pero hay infinidad de pronunciamientos similares.
Si el rey va a declarar las heridas cerradas, como pretende el Gobierno del PP dejando sin dotación económica este capítulo durante toda la legislatura, y considera que es agitar viejos rencores reclamar justicia, dará la razón a la historia: es heredero directo del franquismo que colocó a su padre en el lugar que él ahora ocupa.