en esta época plena de incertidumbres económicas, sociales y políticas que nos toca vivir es recurrente el debate acerca del tamaño de Euskadi: somos pequeños, es cierto, y esta característica inherente a nuestro país desde la que competir globalmente a nivel institucional, empresarial o en otros ámbitos puede parecer de inicio un hándicap añadido. Sin embargo, las buenas prácticas de otros también pequeños territorios o naciones demuestran que puede también convertirse en una buena oportunidad si se sabe gobernar y coordinar de forma correcta esa dimensión. En efecto, el tamaño de una empresa, el de una organización o el de una institución ha de ser el necesario para ser eficiente; por ello, no tiene por qué analizarse todo parámetro desde una vertiente o dimensión exclusivamente vertical o jerarquizada.

Es cierto que si, volviendo al ranking, analizamos en perspectiva nuestra superficie territorial, nuestros datos demográficos, los parámetros macroeconómicos o el tamaño medio de nuestras empresas ocuparemos un lugar alejado de los primeros puestos en un supuesto listado comparado. La pregunta clave es si todo debe resolverse de forma casi obsesiva atendiendo a factores cuantitativos y de tamaño o de dimensión. Parece que no, porque como ha afirmado Emma Bonino refiriéndose al tamaño de los Estados y a su supuesta capacidad para autoabastecerse y para frenar los efectos de la globalización, hoy día cabe distinguir dos tipos de países: los pequeños y los que todavía no saben que son pequeños, queriendo decirnos así que ninguna realidad estatal tiene actualmente capacidad para aislarse del resto del mundo y pretender hacer de la autarquía su modo de relación geoestratégica.

¿Cómo ha de combinarse eficiencia y tamaño en nuestro caso, en una nación pequeña como Euskadi? En primer lugar, y en el nivel institucional, optimizando mucho más de lo que hasta ahora hacemos el principio de subsidiariedad, de forma que éste sea de verdad operativo a todos los niveles: el europeo, por supuesto, pero también en el nivel estatal, en el vasco-autonómico, en el foral-relaciones inter-territorios históricos; y en el local, entre todos nuestros 251 municipios, tan heterogéneos como corresponde a una realidad, la vasca, que podemos definir como una Confederación vasca asimétrica.

Si proyectamos esta dimensión vertical y jerarquizada basada en supuestos liderazgos derivados del tamaño hacia dentro de Euskadi deberemos preguntarnos si todo ha de resolverse con parámetros cuantitativos. La respuesta ha de ser que no: entre nosotros, hablemos de diputaciones, de ayuntamientos, de universidades, de empresas o de aeropuertos conjugamos mucho más el verbo competir que el de cooperar, somos con frecuencia mucho más adversarios que compañeros de viaje.

Por ello, cabría proponer que se añada una dimensión horizontal a nuestras relaciones interinstitucionales, interempresariales e interpersonales. De este modo sería posible profundizar en la cooperación entre los municipios vascos entre sí, entre nuestras capitales, entre los Territorios Históricos, entre Euskadi y Navarra así como entre Euskadi e Iparralde. Es fácil expresarlo y mucho más compleja la tarea de tejer alianzas, complicidades y apoyos reales y estables entre toda esta atomizada realidad que integra nuestra Euskal Herria. Parece necesario actuar así en todos los niveles, no solo para ser más competitivos hacia fuera sino también para generar un verdadero sentido de pertenencia a una comunidad, a una nación vertebrada y unida en su diversidad.

¿No es posible, por ejemplo, trabajar para que desde nuestra administración pública vasca, desde el gobierno vasco hasta el nivel local se marque una estrategia orientada a que nuestros principales proveedores sean las empresas vascas, no por el mero hecho de serlo sino porque tienen nivel y calidad para asumir ese papel preferente? ¿Por qué no combinamos el valor de competir con la necesaria dosis de proteccionismo y de solidaridad interna, local, entre nosotros? ¿Por qué no se prodigan más los acuerdos entre competidores empresariales vascos, auténticos vecinos que pelean entre sí (y frente a terceros también) por un mismo mercado?

Debemos vincular ambas dimensiones en todos nuestros niveles de país y de sociedad, solo así podremos ser capaces de articular un modelo propio de país que refuerce nuestra identidad y nos haga más eficientes y resistentes ante una realidad mundial tan compleja como la que nos toca vivir.