Sigo, como cualquiera que no forme parte de sus círculos, el debate en Podemos a través de lo que dicen sus protagonistas. Entre líneas, y a veces por cuestiones de procedimiento, se adivina un fondo ideológico y estratégico de calado. Pero casi todo lo tapa el tono de colegas, a veces de reproche, otras de amistad exagerada, que mantienen las cabezas visibles de los dos sectores en pugna. Si Iglesias y Errejón quieren conducir un debate político, deberían empezar por dar ejemplo.
Podemos, en España y en Euskadi, es un partido aún sin asentar. Lógico si tenemos en cuenta su corto recorrido desde la fundación. De hecho, su irrupción puede calificarse de espectacular teniendo en cuenta este hecho. Pero su indefinición sobre cómo actuar en las instituciones no es un pecado de juventud, sino de indefinición. Y eso es lo que se debate ahora, tanto en la previa de la segunda entrega de Vistalegre como en la crisis abierta en Euskadi, con Álava como último escenario pero no el único.
Desde que Podemos accedió a las instituciones ha oscilado entre permitir a otros que gobiernen pero nunca participando si no es la primera fuerza política en esa circunscripción (gobiernos autónomos de PSOE apoyados por Podemos) y, directamente, abdicar de cambiar las cosas mediante pactos para un pase directo a la oposición sin explorar otros acuerdos (sucedió en Euskadi tras las elecciones autonómicas).
Así que tal y como están las cosas, la impresión es que el dilema de Podemos es ser más pragmático o más estricto en sus ideales. Aunque en cuestión de ideales, suenan bastante inconcretos y por lo tanto maleables a gusto del líder de turno. Tras el fracasado asalto a los cielos, Podemos se encuentra en un momento crítico para su futuro: o asaltar el purgatorio en el que se encuentran los votantes desencantados del PSOE para tratar de ampliar su base o amarrar lo ya conseguido pese a que los resultados no fueron lo esperado. Para lo primero, que es a lo que parece aspirar Errejón, se abre un campo de incógnitas. Grande pero inexplorado. Para lo segundo, el núcleo de Iglesias, ya está probado: una Izquierda Unida reforzada pero inválida para ser opción de Gobierno. La última carta de Errejón (nunca digas que fue lo último tratándose de Podemos) tiene mucha sustancia política y aclara parte del charco. Si traemos la cuestión a Euskadi, más de lo mismo; cayó fulminada por Madrid una dirección que ahora dice ser abertzale y se queja de que el debate resida en Madrid. El tiempo, y su militancia, dirá qué quiere ser esta Podemos despistada.