Se diría que Mariano Rajoy ha entendido el mensaje. O, al menos, que no quiere aparecer como una especie de marmolillo incapaz de moverse un ápice y de escuchar siquiera a los demás y pasar como el causante de que la política en el Estado español se caracterice por la ausencia de diálogo y acuerdos. A la fuerza ahorcan.

Así que el presidente del Gobierno y su segunda, la vicepresidenta Soraya Sáenz de Santamaría, se han erigido en los pilares del nuevo talante, sin olvidar -por lo que se ha podido ver esta semana- a Cristóbal Montoro. ¡Quién los ha visto y quién los ve!

La vicepresidenta, con su flamante nueva cartera de Administraciones Territoriales bajo el brazo, se plantó de nuevo el miércoles en Catalunya, dispuesta a reconquistar desde la diplomacia y la política -o eso esperamos- las relaciones y la normalidad, con la declarada intención de “estar continuamente presente, hacerse imprescindible, confundirse con el ambiente”. Nada menos.

Rajoy, por su parte, parece que quiere recuperar sus oxidadas cualidades de persona dialogante y negociadora. Dicen que las tenía cuando aún no era presidente, pero en cuanto sentó sus reales en el sillón de La Moncloa en virtud de una holgada mayoría absoluta, se le disiparon.

Ayer, el presidente del PNV, Andoni Ortuzar, desveló que Rajoy está liderando la comunicación directa con la formación jeltzale. Tanta mano tendida, un cambio tan radical de actitud de quien ni siquiera respondía a los continuados requerimientos del lehendakari, hace, de primeras, sospechar.

Ya sabemos que Mariano Rajoy descuelga el teléfono, que Soraya Sáenz de Santamaría se ha instalado un despacho en Catalunya, que Cristóbal Montoro estudia desbloquear asuntos como el Cupo y la Y vasca. Ahora, solo falta que los altos representantes del Gobierno del PP se comprometan de verdad con Euskadi, sus demandas y sus necesidades. El diálogo es imprescindible en política, pero mucho más lo son los hechos. Un diálogo puede incluso no llegar a nada pero las decisiones, los actos más allá de las palabras, surten efecto.

Y hay cierta prisa. Rajoy necesita aprobar los Presupuestos y para ello precisa de acuerdos, pero se equivocaría de nuevo si busca un mero intercambio de cromos -es decir, mirar solo el corto plazo- sin abordar cuestiones que supongan un cambio de actitud real.

Porque, de momento, no ha habido ni siquiera un gesto más allá de la disposición a hablar y de coger el teléfono. Por sus frutos los conoceréis.