Despejadas las últimas dudas sobre el acuerdo de Gobierno entre PNV y PSE, parece haberse cerrado en condiciones razonables para ambas partes. Los puntos de encuentro se basan en las prioridades públicamente expresadas por ambos durante la última legislatura, que ya sirvieron para configurar acuerdos de coalición en las instituciones municipales y forales. Hasta ahí, nada imprevisible. La habilidad de las partes ha estado en que las discrepancias también sabidas -fudamentalmente las derivadas de las sensibilidades nacionales de cada cual- hayan quedado recogidas con perspectiva de mínimo común denominador y suficientemente abiertas como para que los encuentros de futuro estén por tejer pero no estén descartados ni impuestos a ninguna de las partes.
El PSE no puede asumir a fecha de hoy un proceso de autodeterminación al uso pero tampoco negar la realidad sociopolítica y cultural vasca porque sería dar la espalda a los pronunciamientos mayoritarios de la sociedad a la que aspira a servir. Y el PNV no puede cerrar un proceso reivindicativo de crecimiento del autogobierno por las dificultades que el modelo territorial de Estado arrastra, aunque igualmente está obligado, desde su perspectiva, de partido institucional, a manejarse con esa realidad desde el pragmatismo porque ahí está aunque suponga un freno.
Hasta aquí, todo previsible. Como resultan de catón los reproches que llegan desde los partidos del tablero vasco que se han quedado fuera del consenso. Su apuesta publicitada hasta la saciedad ha sido permanentemente diferenciarse como alternativa y, unos por nuevos, otros por demasiado trillados, tienen que pasar por la fase de escenificación del desencuentro. Otra cosa es que en adelante sea esa su única fórmula de hacer política. Experiencia tienen, la izquierda vasca y la derecha española, en haber constatado que el desarrollo del país no se detiene porque renieguen de ser partícipes de él. Hay demasiada legislatura por delante para limitarse a rumiar negativas a la espera de otra oportunidad de ganar las elecciones. También la nueva izquierda española, aquí y fuera, debería aprender esa lección cuanto antes porque también a ella se la espera en los compromisos de país que están por venir en materia social, de convivencia y de autogobierno.
El invitado indeseado en esta fiesta es el riesgo de que los quintacolumnistas apunten al incipiente gobierno. Están los que malmeten para ver si la gestora del PSOE salta y reclama un protagonismo que no le corresponde, como no le correspondió al Comité Federal en otros pactos autonómicos. Que si no le han consultado el contenido de la negociación; que si por qué el PSE pacta con la derecha vasca y no quería abstenerse con Rajoy... Y también están los que pretenden girar facturas internas en el socialismo español y hacen rodar el runrun de que a este PSE que fue tan afín a Pedro Sánchez hay que meterlo en cintura para que no pase como con el PSC. Hay que mantener este pacto vasco a distancia de esa esgrima de salón que practica la Corte española. Para que no le hagan sangre.