El mes de noviembre avanza adentrándonos en las obscuridades del invierno, al igual que la crónica política que parece retroceder a tiempos y discursos superados. En Madrid el esperpento continúa con un PP que ha salido indemne de sus gravísimos episodios de corrupción y que sigue encabritando los ánimos de la mayoría al gobernar con las botas puestas al más puro estilo militar.
La última ha sido recolocar a dedazo al ministro Fernández Díaz al frente de una comisión parlamentaria en el mismo Congreso que le reprobó por utilizar medios del Estado para fines partidistas e inconfesables. ¿Democracia? Eso me pregunto, al igual que gran parte de la ciudadanía.
El rey de España visitó nuestro país el otro día. Hasta ahí sin problemas, somos un pueblo hospitalario. Lo malo fue que Bilbao se paralizó al cerrar los accesos a la ciudad, calles y zonas enteras para que pasara, con el consiguiente colapso de tráfico. No voy a gastar ni medio segundo en recordar que la monarquía es un régimen de privilegio, machista según la Constitución del 78 (que da preeminencia al varón), que fue el dictador quien lo decidió, que objetivamente no sirve para desarrollarnos como sociedad y el largo etcétera que , seguramente añadirías, amable lector y lectora.
Lo menos que se puede exigir es que no fastidien nuestra vida diaria porque visita tal o cual sitio. Mejor sin monarquía y, de soportarlo (¡cuanto menos tiempo mejor!), que se comporten, por ejemplo, como en los países del norte de Europa: van a la escuela pública, paren y se operan en hospitales públicos..., no como estos Borbones endiosados hasta el aburrimiento.
En casa la situación también es como de tiempos pasados. Las elecciones al Parlamento Vasco del pasado 25 de septiembre parecían habernos dado una oportunidad para el acuerdo y consolidar así nuestros logros sociales, a la par que avanzar en nuestras reivindicaciones de país. Ojalá pueda ser pero la falta de entendimiento -al menos aparente- entre EAJ y EH Bildu preocupa.
Los que no estamos en la pomada atendemos a señales y, en este sentido, los comentarios de Arnaldo Otegi contra la Ertzaintza son un mal presagio. En primer lugar porque es inaceptable esa asimilación mentirosa, injusta e interesada para generar barullo. Pero, fundamentalmente, porque eso de nuevo nos puede llevar a las trincheras. Debería haberse dado cuenta ya de que ni siquiera a su gente le va ese rollo y que, quizás, su percepción de la sociedad vasca no es la que es.
Y, como de tiempos pasados y peores estamos hablando, saco ahora a relucir la desproporcionada actuación judicial por los sucesos de Altsasu. Se ha escrito mucho sobre esto y no toca alargarme pero sí recordar que en un principio ni la jueza de Iruñea ni la Guardia Civil vieron delito de terrorismo, por lo que es fácil pensar que, de nuevo, la excusa de terrorismo sirve para todo. ¿O es que, tal como hemos sufrido históricamente, viene bien desestabilizar a la sociedad vasca?
La única luz que se me ocurre estos días es el vaciado de fascistas del Monumento a los Caídos de Iruñea. Bien por las formas del alcalde Asiron, que ha llevado el asunto con el debido respeto a los enterrados (aunque fueran causantes de asesinatos masivos y protagonistas de un alzamiento fascista contra la legalidad). Frente a todos los peros que se han puesto (Arzobispado incluido) solo me gustaría recordar el ejemplo de Alemania que, literalmente, no dejó piedra sobre piedra de ninguno de los edificios del nazismo para que nadie tuviera la tentación de convertirlos en espacio de ensalzamiento y recuerdo.