Llámase el rincón de Patxi ese reducido pero frecuentado ángulo recto que en el patio del Congreso forma la pared derecha a la salida del hemiciclo donde se recoge un discreto cenicero de hierro. Es el punto de encuentro al que el entonces efímero presidente de la Cámara -aunque de recuerdo imborrable para el PP y algunos letrados- libraba su batalla de nicotina junto a un corrillo siempre numeroso de periodistas. Y la costumbre se ha hecho hábito hasta el punto de que allí mismo se ha podido escuchar con absoluta nitidez en medio de un endiablado juego de rumores y mensajes interesados que Patxi López no quiere ser secretario general del PSOE ni siquiera de transición. Otra cosa es que la espuma del cainismo histórico de los bandos socialistas destrocen por el camino a las figuras estelares y se abra paso la opción de un dirigente, como el exlehendakari, revestido de la legitimidad incuestionable en las casas del pueblo y en la central de Ferraz para partirse la cara en el intento de recomponer un partido alicaído moralmente, desunido y prisionero de sus temores ante su incierto futuro político.

Bien sabe Javier Fernández -Susana Díaz es otra cosa- que Patxi López no es Pedro Sánchez ni siquiera quiere suplantarlo una vez que el ex secretario general se ha dado un tiro político en el pie de sus ambiciones. En la gestora del PSOE conocen, porque se lo han escuchado decir a la cara sin remilgos, que al actual referente del socialismo vasco le duele sobremanera el desatino de la abstención y la patética toma de la Bastilla en el Comité Federal del 1 de octubre. Pero también conocen y les tranquiliza que López ni va a llamar a la puerta de la Complutense para hablar con Pablo Iglesias ni se reunirá con Puigdemont y Junqueras para ensayar cómo autodeterminarse. Ahora bien, López no está dispuesto a que su partido siga por más tiempo inerte, sacudido cada hora en tertulias y tuits sonrojantes esperando que la presidenta de Andalucía -con quien las reticencias siguen ahí- acomode en el tiempo su ambición o la de su cohorte.

En ese escenario se enmarca el zambombazo que supuso la publicación nunca casual de su artículo en El País. Descártese la intención de que suponga el banderín de salida hacia un camino de vientos de aire ni siquiera que entrañe una acción concertada entre los querubines del felipismo. Tampoco puede negarse que semejante visibilidad mediática para una reflexión sobre el futuro del PSOE en el actual contexto de su lacerante incertidumbre solo está al alcance de cuatro escogidos por los intereses estratégicos del propio periódico, donde el exministro Alfredo Pérez Rubalcaba tiene voz propia como asesor editorialista.

López no encabeza ninguna corriente ni lidera vía alguna dentro del diván socialista. No entra en su hoja de ruta política postularse. Posiblemente porque entienda que su tiempo pudo haber pasado y que jamás alentará endiablados juegos de tronos. Sin embargo interioriza con indisimulado desasosiego que la impostura de la abstención para facilitar otra investidura de Mariano Rajoy ha enrabietado de tal manera a la diezmada familia socialista y que el descrédito político del partido ha alcanzado tal magnitud que no puede quedarse impasible. Y mucho menos permitir que el tacticismo dilatante de la gestora diluya el ardor de esa rebelión contenida de unas bases mayoritariamente contrarias a facilitar el nuevo Gobierno del PP. Es ahí donde López entronca su demanda de un congreso del PSOE -incluido el frente catalán, claro- mucho antes de las previsiones que idea la actual dirección porque palpa esa exigencia de las bases de hacerse oír mientras transita en paralelo una obligada reflexión sobre cuáles deben ser los ejes sobre los que articular ese imprescindible discurso de alternativa real que galvanice a un partido acorralado por sus propias tribulaciones.

Al hacerse presente en medio de la tempestad, y curiosamente pocos días después de que Sánchez desazonara por inconsistente y veleta a buena parte del batallón de incondicionales del no es no, el socialista vasco bien podría recibir intacto el respaldo inmediato de este caudal de despechados. No ha llegado el momento para ir tan lejos. Ahora bien, se ha hecho con un hueco propio en el arranque del indispensable debate interno al que se sumergerán los socialistas a la vuelta de la esquina. Sin ir más lejos, con los próximos Presupuestos del Estado mientras escuchan en voz baja esa sutil amenaza de Rajoy de que siempre le quedará ir a elecciones en mayo si ni el PSOE ni el PNV le echan una mano.