curioso fenómeno, que después de acontecimientos supuestamente tan trascendentales como el pleno de la abstención o la entronización jurada de Mariano Rajoy como presidente del Gobierno español, haya sido el tema más comentado de esta semana la entrevista del despedazado Pedro Sánchez ante el periodista Jordi Évole. No parece que La Sexta sea la cadena televisiva más exitosa, pero curiosamente son muy pocas las personas que confiesen no haber visto la famosa entrevista, si no en directo sí en diferido, o en referido.
La entrevista fue algo así como un descarnado “todo sobre mi madre”, en el que Pedro Sánchez contó sin pelos en la lengua la verdad del PSOE, ese partido al que sigue empeñado en salvar a pesar de que la pérfida gestora le ha pasado por encima. El personal ha asistido, con más regocijo que escándalo, al reconocimiento público de que quienes han mangoneado y mangonean en el PSOE son los poderes económicos, llámense Ibex 35, o Telefónica, o grandes empresas. Puesto a sacar al aire los trapos sucios, apuntó Sánchez con el dedo a César Alierta, al imperio editorial Prisa y a su poder mediático, como empeñados en que sea la derecha la que mande. Fue una lástima que Évole no le apretase un poco más, para que siguiera desembuchando nombres propios en el quién es quién de los que en realidad manejan el PSOE. No se privó, tampoco, de desvelar las intrigas palaciegas que acabaron con su siempre frágil poder en el partido.
Y si a los televidentes les sorprendieron -y a muchos entusiasmaron- las confesiones íntimas que dejaron en pelota a su partido, el pasmo llegó cuando Pedro Sánchez puso patas arriba los principios básicos de su actitud como jefe del PSOE, una actitud que reconoció como impuesta. Él no quería, pero? Ante la mirada inquisitiva y cachonda de Évole, reconoció que se había pasado con Podemos, que los de Pablo Iglesias de populistas, nada. Sorprendente caída del caballo del defenestrado que, a buenas horas, apelaba con emoción y casi lágrimas en los ojos a la necesaria confluencia de las izquierdas.
Pero cuando esa catarsis televisiva llegó al climax fue cuando soltó aquello del Estado plurinacional. O sea, que Euskadi y Catalunya son naciones, no simples autonomías. Semejante declaración de principios jamás había sido pronunciada en público por ningún dirigente del PSOE, y como dijo que ya se pone a trabajar para volver a recuperar la máxima autoridad en el partido, esperamos ansiosos a ver cómo les cuenta San Pedro Sánchez a los del PSE eso de Euskadi Nación. De Nafarroa no habló, y más vale. Porque a ver qué nacionalidad les recomienda a los socialistas navarros, a los que Ferraz les ha obligado repetidamente a ser súbditos de la nación española.
En un primer momento, y aunque solo fuera por haberse atrevido a decir lo que ningún dirigente socialista dice, ni dijo, ni dirá, la mayoría del personal que reniega de la entrega del Gobierno a Rajoy aplaudió al entrevistado Sánchez y recibió su mensaje como una bocanada de aire fresco, una confesión valiente y singular que apuntaba al cambio necesario para el partido que hasta ahora ha venido siendo alternativa y primera oposición. Vale, ya le hemos visto las tripas y aventado las vergüenzas al PSOE. Y el pregonero ha sido uno que hasta pudo gobernar España. Nada menos.
Pero, pasado el primer regocijo, repuestos del primer sobresalto, la reflexión más sensata obliga a ponerle en su sitio al arrepentido. ¿Por qué todo eso no lo denunció antes? ¿Por qué aceptó dirigir un partido que ya sabía sumiso a los poderes económicos y mediáticos? ¿Por qué se sometió sin chistar al mangoneo de barones y baronesa? ¿Por qué mientras tuvo mando en plaza ni se le ocurrió reconocer las nacionalidades del Estado? ¿Por qué calló ante la imposición de no acordar nada con nacionalistas o partidarios del derecho a decidir? ¿Está seguro de que esa militancia, esas bases, a las que quiso recurrir para impedir su destitución avalan los principios ideológicos que defendió en la entrevista?
A buenas horas, Pedro Sánchez. Compareció ante Jordi Évole no como arrepentido, sino como resentido. Quiso mostrar sus buenas intenciones para un futuro personal que pasa por la recuperación del máximo poder en el PSOE. ¡Ingenuo! No quiere darse cuenta de que el aparato del partido le va a machacar. Ya vamos viendo. Rajoy ha formado su Gobierno continuista, los díscolos que le apoyaron hasta el final van resolviendo sus multas, la rutina política española reemprende la marcha, vendrán nuevos ajustes y él, San Pedro Sánchez, terminará en el limbo de los cabreados.