tras la constitución del nuevo Parlamento se inicia la XI legislatura, a la espera de la conformación del Gobierno Vasco y con la novedad relevante que representa la irrupción de una nueva fuerza parlamentaria, Elkarrekin Podemos, que va a incidir de manera muy relevante en el día a día de la política vasca, no solo por sus 11 representantes sino porque su presencia acentúa la concurrencia y competencia parlamentaria de tres formaciones políticas (EH Bildu, PSE y la propia Podemos) sobre un mismo o al menos un muy cercano espectro electoral. Esta circunstancia va a incidir muy directamente en la forma de hacer política, tanto en la forma de gobernar como en la de hacer oposición así como en la manera de afrontar los necesarios acuerdos que necesitamos para materializar nuestros retos como sociedad.

Desde la vertiente estrictamente política cabe afirmar que luchar, pugnar lícitamente por tratar de captar la conciencia de los militantes, simpatizantes y potenciales votantes es lícito y plausible, pero la clave radica ahora en captar la conciencia de los ciudadanos, en ofrecer valores de autoestima colectiva, en ser capaces de articular un discurso que deje atrás agravios, complejos, victimismos y pase a construir en positivo una manera de sentirse vasco sin sectarismos. En tiempos como el presente en el que se aprecia un cierto desvanecimiento de lo político como práctica colectiva hay que lograr ensanchar el ámbito de adhesión ciudadana a la política, aglutinando un discurso integrador que ponga en valor el compromiso cívico con Euskadi, un discurso anclado en la idea de cohesión social, en la importancia del trabajo bien hecho.

Por encima de toda retórica y más allá del recurso a la épica tan habitual en el lenguaje político, el actuar político ha de estar presidido por la sinceridad, la honradez, la coherencia, la ética (pública y privada), la confianza, la humildad, la constancia, la sinceridad, la disciplina, la responsabilidad, la dedicación, la capacidad de trabajar por y para el acuerdo en beneficio de los vascos.

Nuestra secular austeridad emocional vasca ha sido y es bandera y símbolo de un trabajo callado, profesional, serio, responsable, alejado de la épica y el populismo. Es nuestra forma de ser y estar en el mundo, conscientes de nuestro valor y de nuestros principios. Todo ello es importante, sin duda, y no debemos perder nuestra esencia, pero hemos de ser además capaces de aglutinar en torno a estos retos actuales a toda una sociedad cada más compleja y se ha de lograr mediante una conducta que sirva como impulso, iniciativa, respaldo y apoyo a un modelo propio de Gobierno y de contacto e interactuación recíproca con los ciudadanos y ciudadanas vascos.

La nación vasca no es una entelequia política sino el horizonte en el que se articulan todas las esperanzas de nuestra sociedad. Tenemos que ser capaces de construirla como un espacio de encuentro y de solidaridad, como una promesa para los más débiles, como un lugar de reconciliación entre lo económico, lo ecológico y lo social, como un horizonte de plena igualdad entre hombres y mujeres, como un espacio de integración para los emigrantes que ha de formar parte del presente y futuro de nuestra sociedad.

En tanto que ciudadanos y ciudadanas tenemos derecho a esperar todo esto de la política para salir reforzados de la todavía no superada crisis, para avanzar efectivamente hacia el autogobierno, para la paz definitiva, para la convivencia plural. Integramos un modelo institucional vasco anclado en la complejidad, la diversidad, la interdependencia, la responsabilidad y la innovación y proyectado sobre tres niveles o planos: el de las entidades locales, el foral y el autonómico. Debemos dejar de ser islotes vascongados para trabajar coordinada y horizontalmente. Esta forma de entender el país reforzará nuestro papel como vascos, subrayará nuestra singularidad y reforzará el todo finalmente resultante.

En tiempos de inquietud, de incertidumbre, de riesgos globales, de ausencia de respuesta ante retos desconocidos la política no puede convertir la gobernanza de la vida pública en un parque de atracciones, en una montaña rusa. Lo que la silente mayoría ciudadana reclama de los gestores políticos es que no generen más problemas de los que intentan resolver, que traten de civilizar colectivamente ese incierto futuro, que aporten dosis de certidumbre y seguridad a sus decisiones, que consoliden los consensos básicos necesarios para convivir y que se aferren a la realidad para que su sentido político logre mejorar los niveles de bienestar y de tranquilidad social.

La política, también la vasca, demanda hoy más que nunca templanza, ausencia de estridencia, sentido de la responsabilidad y profesionalidad. Se trata de buscar puntos de encuentro y no de disputa, aportar a la sociedad dosis de confianza y no de zozobra ni de enfrentamiento; hay que trabajar por la cohesión social y no por la ruptura, cooperar, construir puentes, no diques.