Mariano Rajoy presume, a poco que tenga la oportunidad, de ser un tipo previsible. Y a fe que lo es. No se sabe si por convicción o porque ya lo tiene incorporado al ADN del personaje que ha creado -que, es cierto, se parece mucho a sí mismo-, el renovado presidente del Gobierno español ha vuelto a hacer gala en la elección de los ministros de su gabinete de su nula querencia por las sorpresas . La montaña de la renovación y la regeneración del PP ha parido un ratón. Ni más ni menos que lo esperado. Está claro que más importante que los nombres será a futuro qué política van a llevar adelante, pero la primera decisión de Rajoy no invita al optimismo y el movimiento se demuestra andando.

¿Gobierno de los mejores? ¿Independientes? ¿Diálogo? ¿Regeneración frente al pasado de corrupción? Nada de eso. Los ministros de Rajoy vuelven a ser amigos fieles de Rajoy, militantes y cargos del PP de Rajoy, escuderos de Rajoy.

Esto quiere decir que, de entrada, el líder popular sigue fiel a su estilo y continúa aguantando la presión que le demandaba cambios profundos y, sobre todo, que se notara “una nueva actitud” en una legislatura en la que necesitará mucho diálogo y acuerdos para sobrevivir. Colocar a Cospedal, que ha sido la responsable del PP de la corrupción, en el Gobierno -y en Defensa- es toda una declaración de intenciones.

El núcleo duro continúa intocable, con Soraya Sáenz de Santamaría, Luis de Guindos y Cristóbal Montoro como guardia de corps. Es decir, la parte más política -esencialmente popular- , y la económica -reforzada con Álvaro Nadal, que ya estaba en el equipo- se mantienen.

Lo que sí ha hecho Rajoy -y le habrá dolido- es desprenderse de tres de los ministros más cuestionados, nefastos y perjudiciales para él mismo de su anterior gabinete: el inefable Jorge Fernández Díaz, José Manuel García Margallo y Pedro Morenés. Pero algo les caerá en la puerta giratoria de Génova, que para algo se han comportado como amigos fieles.

El presidente ha logrado, de inicio, obrar el milagro de los panes y los peces, porque salen tres ministros y entran seis. En total, trece puestos. Y con la igualdad por los suelos, por cierto.

Por lo que respecta a Euskadi, hay dos cuestiones a reseñar. La primera, que tras la salida de Alfonso Alonso para convertirse en un mero parlamentario del último grupo de la Cámara vasca, no hay ministros vascos -que el de Fomento, Íñigo de la Serna, haya nacido en Bilbao no pasa de anecdótico, porque es un político eminentemente cántabro-. ¿Y Maroto? Otra vez será...

A cambio, los reforzados De Guindos y, sobre todo, Sáenz de Santamaría -que asume Administraciones Públicas, una cartera clave para Euskadi- serán los interlocutores principales para temas clave de la agenda vasca. O sea, sin cambios. Ni para bien ni para mal.

En definitiva, Mariano Rajoy ha hecho un Gobierno a su medida y a la de su partido. Tiene pinta de que el presidente no confía en que la legislatura vaya a durar mucho. No es el único.