Londres - La primera ministra británica, Theresa May, cumple hoy cien días al frente del cargo en los que parece haberse inclinado por el Brexit duro, al apostar por controlar la inmigración aunque eso conlleve renunciar al mercado único cuando negocie la salida del Reino Unido de la Unión Europea.

May ha anunciado que iniciará el divorcio en marzo, en medio del terremoto político que ha suscitado el referéndum del 23 de junio en el que los británicos decidieron abandonar el grupo de los 28. “Vamos a decir algo bien alto y claro: no nos vamos de la Unión Europea para renunciar otra vez al control de la inmigración”, recalcó la política, que quiere reducir a 100.000 el número de inmigrantes anuales frente a los cerca de 330.000 actuales. Las conversaciones con Europa han partido con mal pie. Bruselas, París y Berlín mandan señales inequívocas de que, así las cosas, el hipotético Brexit suave está fuera de la mesa de la negociación.

El profesor de la London School of Economics and Political Science (LSE) José Javier Olivas cree que “el ala más dura del partido está poniendo presión a May para que avance en la agenda anti-inmigración y en la salida de Europa”.

Además, explicó el politólogo, May quiere recuperar “muchos de los votantes que decidieron dar su apoyo al eurófobo Partido de la Independencia del Reino Unido (UKIP) en las últimas elecciones”. El gabinete de May ha lanzado polémicos proyectos para lograr sus objetivos, como el de hacer censos para restringir el numero de trabajadores y estudiantes no nacidos en el país.

Otra duda que ha despejado la exministra de Interior y líder de los conservadores británicos es su intención de no convocar elecciones generales antes de 2020, por lo que su primer reto es legitimarse ante un electorado que no la ha votado directamente. Esto justificaría un discurso “mucho más nacionalista y populista” del Partido Conservador para conectar con las preocupaciones del electorado, así como el giro al centro en políticas sociales prometido por la jefa del Gobierno británico.

A nivel exterior, la elección de uno de los máximos promotores del Brexit, Boris Johnson, como ministro de Asuntos Exteriores, así como la de David Davis, para la negociación del Brexit, y la de Liam Fox, en Comercio Exterior, tuvieron una acogida negativa en Bruselas y en los principales países de la UE. Algunos analistas consideran que la elección de estos ministros es no solo un guiño al sector del partido más euroescéptico, sino también una manera de limitar la capacidad de estos líderes de disputar el liderazgo interno del partido.

Aunque May ha declarado en numerosas ocasiones que “Brexit es Brexit” y que a finales de marzo activara el artículo 50 del Tratado de Lisboa, existe una enorme incertidumbre al respecto.