pedro Sánchez ha hincado finalmente la rodilla después de no resistir más las presiones de los dirigentes territoriales que durante los últimos meses han maniobrado para destronarle y a los que intentó desafiar hasta el final para mantener en pie su proyecto.
Dos años y dos meses después de que fuera proclamado por sorpresa el relevo de Alfredo Pérez Rubalcaba, Sánchez se ve obligado a abandonar el cargo con un partido hecho trizas y sin visos de que se puedan restañar las heridas en el próximo congreso.
Quien estuvo cerca el pasado marzo de ser el primer presidente del Gobierno que no ganaba unas elecciones, ha pasado en apenas algo más de medio año a ser destronado.
Su andadura ha estado plagada de obstáculos, en buena medida dentro de su partido. Susana Díaz, quien le aupó como sucesor de Rubalcaba para que no ganara Madina, ha sido a la postre su gran adversaria, secundada por otros barones que hace dos años también confiaron en él. “El cambio del PSOE y el cambio de España ha comenzado hoy”, fue la consigna que Sánchez se marcó tras ser coronado como secretario general convencido de que su tarea será de largo recorrido.
Aunque desde el principio él tuvo plena confianza en sus posibilidades, pocos eran los que auguraban, incluso en las filas socialistas, que se viera en la tesitura de pasar el examen para ser presidente.
Con el PSOE herido de gravedad tras la hecatombe en las europeas de mayo de 2014 y la irrupción de Podemos, a Sánchez no le tembló el pulso para asumir la difícil tarea de reanimar el partido renovando en profundidad sus hábitos y estructuras.
Quizá por su osadía de pretender darle la vuelta al partido y de reafirmar su liderazgo, anunciando de inmediato que aspiraría a ser candidato a la Moncloa, pronto empezó a granjearse el distanciamiento de barones como Díaz. “Sánchez tiene una estrategia y yo tengo otra”, sentenció la presidenta de la Junta en octubre de 2014.
A la convulsión interna contribuyó la decisión de Sánchez de aplazar las primarias del PSOE a después de las elecciones autonómicas y municipales del pasado mes de mayo, en lugar de en noviembre de 2014. Esta decisión, como Sánchez admitió, “contribuyó a que personas del partido cuestionaran la unidad interna”.
soledad Con las perspectivas electorales a la baja ante el empuje de Podemos, la convulsión se avivó a la vuelta de las navidades de 2014 y algunos barones empezaron a airear su malestar y discutir su fortaleza.
“Pedro no tiene a nadie. No tiene ni círculo, ni próximo”, llegó a decir en privado uno de ellos acompañándolo de la premonición de que Susana Díaz plantaría batalla a Sánchez después de que le utilizara como “candidato títere” para evitar la disputa con Eduardo Madina.
Consciente de que la rebelión estaba en marcha, Sánchez proclamó que “las decisiones se tomen entre miles, no entre cuatro”, y decidió dar un golpe en la mesa destituyendo a Tomás Gómez al frente del PSOE madrileño.
El triunfo de Susana Díaz en las elecciones andaluzas en marzo de 2015 abrió una tregua que se prolongó hasta las autonómicas y municipales. El PSOE cosechó el peor resultado de su historia, pero, para alivio de Sánchez, pudo recuperar cuota de poder territorial pactando con Podemos, lo que alimentó su tesis de que a través de alianzas, también era posible alcanzar la Moncloa.
En paralelo a la crisis interna que ha vivido casi ininterrumpidamente, Sánchez ha tenido que repeler los ataques lanzados por Mariano Rajoy y los del líder de Podemos, Pablo Iglesias, sabedores de que la debilidad del PSOE iría en su beneficio electoral.
La pinza PP-Podemos de la que Sánchez alertó en la campaña dio como fruto que los socialistas tuvieran también peor resultado histórico en unas generales, pero como en mayo, el secretario general salió con vida y proclamó que había hecho “historia” al mantener al PSOE como primera fuerza de la izquierda.
Tras la fallida investidura, llegó su segunda oportunidad en los comicios del 26 de junio, pero de nuevo empeoró el resultado histórico del PSOE, con 85 diputados.
Este nuevo fracaso acrecentó el malestar de los críticos, quienes a partir de julio, aceleraron la presión contra él por el cuestionamiento de su estrategia.
La decisión de Sánchez de aferrarse al “no es no” a Rajoy fue el detonante para que sus detractores terminaran de ponerle contra las cuerdas y cavar su tumba política.