pedro Sánchez quiere morir matando porque cree que tiene derecho a esta suerte política en nombre de la inmensa mayoría de su militancia y de su calvario particular. Pero está asediado dentro y fuera de su propia casa hasta el extremo de ver comprometida su última voluntad. Y mucho más cercado aparece desde que Mariano Rajoy le responsabiliza de que se vaya a unas terceras elecciones con la copa de Navidad en la mano. Así, una vez señalada con intencionado retraso la fecha de la investidura, queda abierto un acotado período de insoportable presión mediática, política y económica por tierra, mar y aire para conmover definitivamente la enrocada posición de un líder socialista que quiere alcanzar la orilla viendo cómo su rival hinca la rodilla, siquiera una vez. Consciente de semejante encrucijada, Sánchez sólo teme por la traición interna de apenas un puñado de 11 infieles que serían suficientes para convertir a Rajoy en presidente con su abstención emboscada, incluso por el sutil método de la ausencia. En un partido donde el cainismo va adherido al carné de afiliado nada es descartable, ni siquiera la autoinmolación que supondría esta voltereta parlamentaria. En medio de la presión inagotable que se recrudecerá en los próximos días, claro que está abierta la puerta a las traiciones, aunque quizá resulte demasiado hostil hacerlo a las primeras de cambio. Resulta mucho más fácil asimilar -sobre todo con el apoyo mediático unánime- una derrota ejemplarizante de Rajoy en la primera votación para que Sánchez se cobre de una vez la pieza que tanto ansía y luego, ya en definitivo intento del 2 de septiembre, mirar hacia otro lado cuando aparezcan las deserciones. Sin embargo, las ocultas intenciones del candidato socialista en este tedioso impasse institucional abierto tras el 26-J son otras y mucho más ambiciosas aunque desmedidas. Sánchez quiere la cabeza de Rajoy. No le basta con inmortalizar la derrota del líder del PP en la primera votación de la investidura. Busca su derrocamiento político como alternativa real a presidir un Gobierno. Y eso, aunque lo sabe, es mucho pedir pero lo quiere intentar si nadie le deshilvana las costuras de su aviesa intención. De momento, ya le encargó al siempre voluntarioso Miquel Iceta que desvelara el propósito y lo hizo sin complejos ni éxito alguno. A cambio, fue la ocasión propicia para conocer de una vez cuál es la pócima milagrosa de Sánchez capaz de hacer compatible la derrota de su enemigo sin acudir a otras elecciones: le vale con otro candidato y hasta él mismo se descarta.
- Multimedia
- Servicios
- Participación