Se trataba de echarse una mano, un partido a la coalición y viceversa. No gustan nada los reprochitos de Geyper, ahora que comunistas, laicistas, republicanos, federalistas, las mareas, los comunes, los comprometidos y ecologistas han comprobado que no ha resultado. No nos vengan ahora con arrepentimientos ni con los “yo ya lo dije” de rigor. Ojo, siendo como ha sido director de la campaña electoral, hola, qué tal, y número tres de la lista madrileña. Las sumas por la derecha, es cierto, suelen dar mejor resultado, ya encarguen de la aritmética a una mano, a la otra o a la misma, a discreción.
Uno de los pecados que de forma legendaria se atribuye a la izquierda es precisamente ése, el de sobrevivir a larguísimas e incombustibles asambleas para luego perderse en la pecera de la regeneración difusa. ¡Para una vez que se es generoso a la hora de buscar confluencia y unidad! Una pena, son heridas de curas prolongadas en gentes de memoria cultivada y, por tanto, con la capacidad sola de olvidar, sin que se les desdibuje la afrenta.
Iñigo Errejón pidió vidas paralelas, nada de confluencia, cero fusión. Los sillones y la posición en las listas, qué cruz, enrareció las cosas. En estos tiempos en que todo llega al vulgo antes de que uno termine de pronunciarse, el efecto ha sido demoledor. Porque lo de la vicepresidencia escoció, mucho, y porque el presidente en funciones, pese a las habladurías de palacio, pudo seguir su cómodo desarrollo entre algodones, sonrosadito y con salud, tan confiado como el primer día en su capacidad de oratoria y persuasión.
Pudieron haber aglutinado todo en su seno: asociarse, desmarcarse, posicionarse, carecer de cohesión, pactar aquí, apuntalar allá, presionar acullá? todo se les hubiera permitido, salvo el pecado mortal de no sacar al gobierno de los recortes de nuestras vidas. Cayo Lara, otra víctima de la efebocracia política imperante, hace no tanto tiempo, se quejó de que Podemos salivara goloso por los votos del PSOE y los cuadros de IU. Pablo Iglesias paladea ahora la amargura de verse minoritarios, poco pintones, y siente en la nuca el aliento de Errejón. A estas alturas de la película Iñigo empieza a caer más simpático, como hecho carne el deseo de momento histórico de cambio, una suerte de “qué hubiera sido de nuestras vidas si?”.